El 17 de septiembre, Pedro Sánchez acaparó los titulares informativos por su llamada al polémico programa de televisión Sálvame. Horas antes de dicha intervención en Telecinco, el líder del PSOE había compartido mesa y mantel con la cúpula del Instituto de Empresa Familiar.
En dicho encuentro, Sánchez manifestó que su partido no pactaría con Podemos tras las elecciones autonómicas y municipales que acaban de celebrarse el pasado 24 de mayo. El dirigente socialista manifestó que la formación de Pablo Iglesias no encaja en sus planes, ya que representa "una amenaza al Estado del Bienestar".
Apenas unos días antes, el secretario general del PSOE había hecho un pronunciamiento similar ante millones de espectadores durante una entrevista en Antena 3 con la periodista Gloria Lomana. A lo largo de dicha charla, Sánchez descartó un acuerdo con Podemos, afirmando que su partido "no pactará con el populismo", y advirtiendo de que el modelo de los de Pablo Iglesias "es la Venezuela de Chávez".
El paso del tiempo ha puesto en evidencia al sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba. El pasado martes 26 de mayo, el PSOE enterró su promesa de no llegar a acuerdos con Podemos y empezó a estudiar posibles pactos de gobierno en los que los de Pedro Sánchez apoyarían a la formación de Pablo Iglesias.
La nueva estrategia de Sánchez ha molestado a las grandes empresas, especialmente a las más cercanas al Instituto de Empresa Familiar. Si en septiembre había tranquilidad ante el mensaje que les trasladó, hoy el sentimiento generalizado es de indignación. Los directivos no entienden que, en cuestión de meses, el líder socialista haya pasado de asegurar en público y en privado que no pactaría con Podemos a diseñar todo tipo de acuerdos con la formación comunista que lidera Pablo Iglesias.
Las grandes empresas temen el auge de Podemos
Tal y como explicó Libre Mercado, el pánico se ha desatado entre los inversores internacionales, que entendían que la popularidad de Podemos no sería suficiente como para poner en riesgo la recuperación económica.
Estos miedos son compartidos por los empresarios de nuestro país. Un buen ejemplo lo tenemos en Barcelona, donde el triunfo electoral de Ada Colau ha sido un jarro de agua fría para Fomento del Trabajo, la división catalana de la CEOE.
En esta línea se ha mostrado el presidente de Freixenet, José Luis Bonet, quien ya ha declarado públicamente que espera que el triunfo de Colau "no tenga consecuencias nocivas para la sociedad y para la actividad económica".
En la capital de España las cosas no están mucho mejor. CEIM, la patronal madrileña, ve con nerviosismo el buen resultado electoral obtenido por Manuela Carmena. En caso de que finalmente se asegure la Alcaldía mediante un acuerdo post-electoral con los socialistas, los empresarios de la capital temen un aluvión de impuestos y un parón de los grandes proyectos inmobiliarios que se habían anunciado en los últimos tiempos.
A lo largo del último año, directivos de grandes empresas como César Alierta (Telefónica), Francisco González (BBVA) o Antonio Catalán (AC by Marriott) se han manifestado en contra de las candidaturas populistas y a favor de un mayor consenso político. Más claro aún fue el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu, que el verano pasado abogó por la creación de un "Podemos de derechas".