El nuestro es un tiempo de cambio, turbulencia y configuración de nuevas normas. También, o quizás deberíamos decir especialmente, en el ámbito de la geopolítica. La caída del Muro del Berlín le hizo pensar a más de uno, al menos por unos instantes, que, por fin, los dolores de cabeza con respecto a la política exterior podrían quedar en un segundo plano. Hoy, más de uno añora los tiempos en donde solo había dos colores y las cosas eran mucho menos ambiguas.
La noticia de que China iba a liderar un nuevo banco para impulsar el desarrollo de infraestructuras ha cogido a los americanos con el paso cambiado. El nuevo Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (BAII) se ha dotado de 50.000 millones de dólares y ha contado con un soporte ciertamente amplio, con la participación de importantes países europeos, como Reino Unido, Francia, Alemania o la propia España. La gran cuestión en la que, de momento, ha girado el debate ha sido, precisamente, el desalentar la iniciativa por diversos motivos.
En primer lugar, arguyen, sobre todo, los americanos, por qué supone un cierto solape con respecto a las instituciones ya existentes, como el Banco Asiático para el Desarrollo o el propio Banco Mundial. Por otro lado, se ha puesto en entredicho la capacidad de China para llevar a cabo inversiones de esta magnitud en base a sus estándares.
Desde la parte china, por su parte, se ha replicado que la nueva iniciativa no quiere construirse de espaldas a los proyectos ya en marcha y consideran el BAII una institución complementaria. Asimismo, Pekín arguye que el Banco Mundial u otros organismos servirán de puntos de referencia para el nuevo banco, cuyo objetivo es emular los aspectos positivos de las instituciones ya existentes y mejorar aquellas áreas donde haya margen de mejora. En definitiva, el rearme chino empieza a suponer también una dura competencia -como ya lo ha sido en la mayoría de mercados industriales- en la esfera geopolítica y de influencia global.
No seré yo quien defienda a China ni lo contrario, pero lo cierto es que resulta un tanto iluso hacerse el sorprendido ante los planes de los nuevos mandarines. Primero, porque ha sido Occidente la que desde hace tiempo ha pedido al gigante asiático que reforzase su implicación en los asuntos globales. Dicho esto, tampoco es extraño que los chinos, y simplemente siguiendo una lógica económica y demográfica, aceptasen de buen grado participar de las instituciones existentes (FMI y BM), donde las cuotas de poder están repartidas y bien repartidas entre Estados Unidos y los socios europeos.
¿Alguien cree que Estados Unidos iba a renunciar a su prerrogativa de nombrar al presidente del Banco Mundial? Como estamos viendo también en el ámbito local, la velocidad de los cambios económicos, sociales y políticos está siendo muy grande y el escenario en el que las instituciones se acomodan al nuevo entorno y se regeneran de manera endógena parece ser siempre el menos probable.
China acumula tres décadas de rearme económico. Simplemente por pura lógica demográfica era solo cuestión de tiempo que lo que lleva siendo años una realidad económica palpable se fuese trasladando con igual intensidad en la esfera política. Así ha sido. Hoy preocupa que China utilice el BAII -también otros mecanismos y nuevas instituciones como el Nuevo Banco de Desarrollo impulsado por los BRICS- para extender su área de influencia global.
¿Ayudará al desarrollo asiático?
Lo cierto es que lo que hoy están haciendo los chinos no es muy diferente de lo que practicaron los americanos a partir de la Segunda Guerra Mundial. China es ya una pieza fundamental en el tablero de ajedrez global. Sus reformas económicas han permitido la convergencia en muchos ámbitos con los países desarrollados, aunque, ciertamente, de manera muy sui generis y a partir de una base de pensamiento y valores muy distinta. Sin embargo, parece lógico pensar que China debe de tener margen para proponer nuevas alternativas y formular su propio planteamiento político.
Digo esto porque el aspecto que más me preocupa es el sustantivo, sobre si la iniciativa china puede o no ser útil. En mi anterior tribuna ya señalé que la gran característica del nuevo orden mundial es la existencia de modelos alternativos. Reconocer la variedad de alternativas no significa caer en la relatividad moral. Pero lo que sí es cierto es que estos modelos merecen ser testados y sometidos al proceso competitivo de prueba y error. Solo mediante la competencia, también en el terreno de las instituciones supranacionales, podremos saber qué alternativas funcionan y cuáles no.
Por eso la pregunta pertinente es: ¿ayudará el planteamiento del nuevo BAII al desarrollo asiático? Esta pregunta aún no la podemos contestar porque la información sobre los planes de desarrollo e inversión del nuevo banco no se han dado a conocer, pero sí podemos reflexionar sobre el plano teórico. Cualquiera que se haya tropezado alguna vez con un buen libro de economía sabrá que el determinante clave para el progreso de un país en el largo plazo lo encontramos en la calidad de sus instituciones.
Éstas, además, son un reflejo complejísimo del nivel general, educación, evolución histórica y cultura de sus gentes. En muchos países desarrollados, sin ir más lejos China, el problema para avanzar en el crecimiento y el bienestar no es tanto la falta de infraestructuras como la fragilidad de las instituciones políticas, jurídicas, sociales y económicas. Hago esta reflexión previa porque es importante subrayar que los problemas del mundo -pese a lo que constantemente se nos recuerda por los principales "mass media"- no se arreglan con enormes cantidades de dinero, sino con buenas ideas. Es decir, ideas que repercutan en mejores y más sólidas instituciones.
En este sentido, el economista Kenneth Rogoff, buen conocedor de los entresijos del Viejo Orden de Bretton Woods por proximidad, señala que la gran contribución del Banco Mundial a lo largo de estos años ha sido más de asesoramiento técnico a la hora de acometer inversiones o asesorar en préstamos y créditos entre varios países para impulsar el crecimiento que no los miles de millones de dólares repartidos por el mundo durante este mismo periodo.
El momento actual, en donde abunda la liquidez, vendría a ahondar en esta tesis por la cual la primera preocupación de la élite china debiera ser dotar al nuevo organismo de unos mecanismos y modelo de gestión que permitan compartir experiencias entre los países miembros y en donde los emergentes se beneficien de los consejos de los desarrollados. Sin ir más lejos: ¿cómo pueden los países del sudeste asiático aprender de la experiencia de España y su política de inversiones en trenes de alta velocidad y aeropuertos?
En definitiva, se trata de que también en la esfera supranacional los nuevos liderazgos incorporen elementos 2.0. como la creatividad, la inventiva o el pragmatismo, y hagan gala del viejo aforismo de que a uno no le pagan por lo que hace, sino por lo que sabe.