O eso dicen. Y la gran prueba serían los 46.000 camareros y 13.000 paletas de la construcción que acaban de firmar un contrato temporal, la mitad de ellos a media jornada, durante el mes de marzo. Ahí empieza y acaba la tan celebrada recuperación de la economía española. Dijo en cierta ocasión Joan Robinson que la Economía es la disciplina que sirve para no dejarse engañar por los economistas. No conozco definición mejor de la ciencia lúgubre. El caso que nos ocupa constituye un ejemplo de libro. Porque cualquiera que se pare a pensar dos segundos, apenas dos, descubrirá la inconsistencia lógica que se esconde tras esa ola de impostado optimismo gubernamental sobre la que surfean los telediarios.
Repárese en que si el consumo, su súbito despertar, resultara ser la causa del repunte del crecimiento, con ello quedaría demostrado que la receta oficial, la de la sacrosanta austeridad, ha sido refutada por la realidad. Y sucede que el consumo sí es la causa. Porque esos camareros y paletas no se han colocado merced a un imaginario incremento de la capacidad exportadora de España; ni tampoco en virtud de un empuje del gasto inducido por la mejora de los ingresos de la gente. Y es que nada ha acontecido con los sueldos de la gente, que persisten a día de hoy igual de mutilados que cuando se acordó crionizarlos por medio de la llamada devaluación interna. No, ni exportamos más ni ganamos más. Lo único que hacemos es gastar más. Y ello por el muy triste recurso de ahorrar menos.
He ahí los flamantes cimientos de barro sobre los que se sustenta la cacareada salida de la crisis. Ningún otro fundamento macroeconómico real yace tras el cuento de la lechera que no se cansa de recitar el presidente del Gobierno, ese de los no sé cuántos millones de empleos que tiene previsto crear antes de las elecciones. El consumo privado, único soporte fáctico de sus castillos en el aire, ha subido más que la renta disponible de la población. Punto. No hay otro misterio: los españoles gastan más de lo que ingresan. ¿Es ese proceder colectivo sostenible en el tiempo? La respuesta es no, de ninguna de las maneras. Así de simple. Así de triste.