Nadie duda de que el sector financiero español está viviendo un dulce sueño del que no desea despertarse. Un lustro de tipos de interés en mínimos históricos, un BCE librando una batalla contra la deflación en pos de la clase media mientras alimenta el balance de los bancos (y sus operaciones) y unas materias primas en mínimos que empujan al alza el crecimiento nacional.
Con unas expectativas de crecimiento disparadas, el sector del capital riesgo y de las inversiones corporativas ha vuelto a mostrar todo su apetito sin parangón. En el año 2014, la revista Capital & Corporate cifra en 3.450 millones de euros las inversiones de la industria del private equity en España durante el periodo (frente a los 3.800 millones de 2007). Mientras tanto, la flexibilización en las condiciones de financiación de la banca nacional ha permitido que las grandes compañías obtengan recursos para irse de compras al extranjero, sin importar el sector o el tipo de inversión que financien.
Esta situación, amplificada por unos bancos repletos de liquidez y con barra libre de fondos del BCE, no es grave si se compara con el tiempo medio de ejecución de las operaciones. La crisis parecía haber enseñado una lección simple a los bancos y a los inversores privados en España: estudiar bien el sector donde invertir, analizar sus fundamentales, sus expectativas y sus tendencias. Este paradigma, que ha reinado en España entre 2008 y 2014 (sobre todo entre 2011 y 2014) parece estar resquebrajándose.
Muchas voces dentro del mundo financiero alertan sobre lo rápido que están volviendo los plain vanilla (esto es, dame las acciones, coge el dinero y corre). Operaciones corporativas y bancarias de gran tamaño que se ejecutan en tiempo récord. Fuentes del sector destacan la rapidez con la que se han cerrado determinadas operaciones de gran tamaño (todas ellas por cerradas en menos de 6 meses).
La compra de Talismán por parte de Repsol (8.300 millones de euros), la fusión de Globe con Ferroatlántica (que valora ésta última en 1.500 millones) o la fusión del grupo hospitalario IDC Salud con Quirón (que forzó a IDC a endeudarse en 2.150 millones). Operaciones, todas ellas, que se habrían demorado en más de un año cuando los bancos no financiaban el capital riesgo ahora se están cerrando en cuestión de 16 a 20 semanas.
Más preocupante resulta ver cómo este efecto se está poco a poco trasladando también al terreno de las pequeñas inversiones (del entorno de los 100 millones de euros). Así, se estima que las recientes ventas del Grupo Palacios y de la clínica Eugin por parte de ProA (ambas con un valor estimado superior a los 100 millones) o la venta de Fritta por parte de Nazca se han cerrado en menos de un semestre.
Fuentes del sector señalan que la rapidez con la que se están cerrando este tipo de operaciones pueden ser una señal de que no se esté investigando a fondo dónde se deposita el dinero. Al cabo, añaden, una financiación barata y flexible ciega el razonamiento y maximiza el apetito inversor. Y, mientras, esta tendencia sigue poco a poco expandiéndose a más sectores (y ya llega al inmobiliario, donde la Sareb espera colocar grandes volúmenes en tiempo récord) propiciada por la política expansiva impulsada desde Frankfurt.
Mientras los tipos se mantengan bajos y las inversiones generen retornos, no habrá gran preocupación. Pero el miedo a que se esté desencadenando una serie de malas inversiones aterra al sector y empieza a poner en entredicho los mecanismos de control de riesgos de los bancos españoles.