El accidente de Germanwings ha vuelto a poner de actualidad un fenómeno curioso que se da en España –desconozco si ocurre también en el resto de Occidente, aunque me temo lo peor– cada vez que hay un accidente o una desgracia: la culpa, sea por la razón que sea, es de la empresa.
Es este un caso paradigmático, porque no estamos ante un descuido o una negligencia sino que, al menos según lo que sabemos hasta el momento, se trata del acto deliberado de una persona. Una persona que tenía graves problemas, sí, pero que los ocultó a su empresa, pese a que ésta, como todas la líneas aéreas, realiza los pertinentes controles, que es obvio que fallaron.
Más allá de si, como bien apuntaba Arcadi Espada hace unos días, es posible o no detectar indicios de que alguien va a estrellar un avión con 150 personas a bordo, lo curioso del asunto es cómo rápidamente se desvía la responsabilidad del único y verdadero culpable, por muy enfermo que estuviese, a ese entre abstracto pero malévolo que es la empresa: que cómo no lo detectaron, que si tienen a los pilotos de low cost estresados, que si les pagan poco…
No, no es sólo el desconocimiento más básico de las leyes de la oferta y la demanda, que nos dicen que si muchísima gente quiere ser piloto es obvio que el precio que se paga por ese trabajo bajará; es un esfuerzo consciente –al menos en muchos casos– por librar a las personas de sus responsabilidades. Un esfuerzo que no sé si se debe al buenismo; al odio a ese ente que se ha demostrado el mejor para organizar y desarrollar determinadas tareas complejas, la empresa; o si simplemente es una cuestión de miedo: del pánico que tenemos a que, cada vez que viajamos, vamos al médico o simplemente salimos de casa, nuestra vida está en manos de otras personas, personas como nosotros que pueden haber tenido un mal día, estar cansados, ser mediocres en su trabajo, conducir mal o, como en el caso del tristemente famoso copiloto, enfrentarse a serios problemas mentales.
Las empresas forman parte de nuestro día a día, sí, nos relacionamos con ellas y gracias a ellas obtenemos prácticamente todo lo que necesitamos para vivir o para disfrutar de la vida, pero incluso en la empresa mejor organizada y con procedimientos más estrictos al final tendrá que haber un ser humano que haga bien o mal su trabajo, ya sea el de psicólogo o el de copiloto.
Y no nos queda más remedio que vivir con esto, sabiendo que la seguridad total no existe y que el fallo humano de un conductor, un piloto o una señora que riega las plantas está ahí como posibilidad y nos puede tocar a nosotros. Aun así, no se preocupen demasiado: el mundo es un lugar menos peligroso de lo que parece y, sobre todo, cada día que pasa es más seguro, en buena medida gracias a esas empresas que se esfuerzan por que lo sea a pesar de los errores que tenemos los humanos.