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José T. Raga

La prudencia, virtud deseada en el servidor público

Nunca hubiera imaginado que las compras en los grandes establecimientos comerciales fueran un punto destacado de fraude tributario.

El Estado goza, frente a los ciudadanos, de muchos privilegios, que nos corroboran la desigualdad de condiciones entre Administración y administrados. Pero de entre todos los privilegios, se me antoja que quizás el más importante es el de la información. No quiero decir que esto sea malo sino sólo pretendo por el momento, dejar constancia de su existencia.

No somos pocos los contribuyentes que utilizamos los datos que nos remite la Agencia Tributaria para cumplimentar nuestras declaraciones tributarias. La razón, precisa pocas explicaciones: estamos convencidos de que la información que sobre nosotros tiene dicha Agencia, supera con mucho la mejor información que poseemos sobre nosotros mismos.

Repito que no critico el extraordinario avance en materia de información. A muchos nos ha aliviado y ha disipado temores ante el riesgo, en etapas anteriores, de olvidar cualquier hecho tributario, quizá el menor, del que podría derivarse una liquidación paralela o en su caso un Acta por la Inspección.

Así las cosas, me pregunto si es necesario esa presencia constante de advertencias coercitivas, de alusiones y ejemplos al fraude fiscal y a quienes lo practican, etc. Se diría que el contribuyente, también el dispuesto a cumplir puntualmente con sus obligaciones, vive una escena muy cercana a la del rey de la selva atemorizando con su rugido al pobre e indefenso cervatillo. ¿Es necesario? ¿Es preciso recurrir a estas artes, para que las normas se cumplan?

Todos conocemos la norma que obliga a las empresas y profesionales a cumplimentar la declaración de clientes y proveedores, en la que aparecerán nominados los que hayan superado un volumen de negocio de 50.000 euros al año. Y tengo que suponer que esa declaración, se cumplimenta con la misma pulcritud que la del IVA, la del IRPF o la del Impuesto de Sociedades.

Si así es, ¿para qué esa advertencia apocalíptica de que Hacienda vigilará las compras de los clientes en los centros comerciales, cuando superen los 30.000 euros año? Sorprende además que esto sea, simple y llanamente, para atacar el fraude. Nunca hubiera imaginado que las compras en los grandes establecimientos comerciales fueran un punto destacado de fraude tributario.

Me hace suponer que hay muchos clientes de grandes almacenes que pagan las compras a fin de mes personándose con dinero negro. Pero cuántos. Porque lo habitual, y hablo por mí mismo, es que la tarjeta de compras esté domiciliada en una cuenta corriente en una entidad bancaria, de cuya información dispone ampliamente Hacienda por el deber de colaboración de estas entidades.

Cada día recuerdo con más nostalgia aquellos pasajes del libro V de la Riqueza de las Naciones, donde Adam Smith relata cómo y cuándo deben de recaudarse los impuestos y cómo hacer las comprobaciones: siempre molestando lo menos posible al contribuyente.

Una mayor dosis de prudencia ¿no nos acercaría más al relato de Smith? Con ello, además, se avanzaría hacia un mejor estado de derecho y hacia la felicidad de los ciudadanos.

En Libre Mercado

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