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José García Domínguez

El euro ya se ha roto

Si el coste social de la austeridad se antoja insoportable para el Sur, el coste político de los rescates no lo es menos para el Norte.

Si el coste social de la austeridad se antoja insoportable para el Sur, el coste político de los rescates no lo es menos para el Norte.

Aunque aquí todavía nadie parece haber acusado recibo del asunto, la gran noticia es que el euro ya no podrá romperse. No podrá romperse porque ya se ha roto. Y lo ha hecho, además, por el flanco más inopinado. Pues no han sido los pobres desgraciados de Atenas sino los ricos, riquísimos de Berna quienes han osado violar el supremo tabú de las elites del continente. Se mire como se mire y se maquille como se maquille, lo que en verdad acaba de hacer Suiza ( no confundir con Syriza) es abandonar el euro. Ocurre, sí, que los ricos también lloran con la moneda única, algo que tendemos a olvidar con excesiva frecuencia en el jodido y arrasado Sur. A fin de cuentas, el euro fue una huida hacia delante para todos, no únicamente para los malhadados piigs. Y ahora ha llegado el final de la escapada. El final también para el puritano, opulento, eficiente y excedentario Norte. Recuerda, y mucho, a aquello que pasó durante los 89 primero años del siglo XX, la ceguera colectiva que llevó a que se publicasen cientos de sesudos ensayos académicos, acaso miles, sobre cómo sería la transición del capitalismo al socialismo.

A nadie se le pasó por la cabeza anticipar el modo en que acontecería justo lo contrario; a absolutamente nadie. Hoy, sucede lo mismo. Todos, con nuestros pequeños aprendices de brujo de La Moncloa encabezando la procesión, andan vaticinando que será Grecia – u otros menesterosos por el estilo – quien rompa la baraja. Como cuando entonces, nadie parece contemplar la posibilidad de que, por el contrario, resulte ser Alemania el siguiente en dar el portazo. Y tal vez lo sea. Porque si el coste social de la austeridad se antoja insoportable para el Sur, el coste político de los rescates no lo es menos para el Norte. Acaba de verse estos días en Bruselas: el verdadero problema no lo encarna tanto la nueva izquierda del Sur, inofensivo tigre de papel en el fondo, como la vieja derecha del Norte; no tanto los eurófilos de Tsipras como los eurófobos de Alternativa por Alemania.

El euro, una mala idea económica, solo podía sobrevivir apoyándose en una mala idea financiera. Descartada por inviable políticamente esa unión de las transferencias de que suele hablar Merkel con horrorizado desprecio, apenas quedaba otra opción: financiar con créditos del Norte la demanda insolvente del Sur llamada a absorber los excedentes industriales del propio Norte. Todo un inmenso castillo de naipes adquiridos con préstamos a interés compuesto que tenía por únicos cimientos los de una fantasía quimérica, a saber, que las exportaciones extracomunitarias resolverían el gran embrollo. Pero Estados Unidos, incapaz ya de seguir costeando su propio déficit comercial crónico con entradas de capital extranjero, no podía continuar encarnando el papel del consumidor de última instancia que vaciase los almacenes europeos.

En cuanto a China, el otro posible candidato, no parece que haya pensado nunca en cambiar de oficio, pasando de vendedor en masa a comprador en masa. Así las cosas, no cabe contemplar escenario más verosímil que el del estancamiento permanente de la eurozona, una parálisis a la japonesa que pudiera durar lustros. Consecuencia inmediata de ello, ni se van a pagar los créditos pendientes ni se va a poner fin a la necesidad de nuevos rescates. Demasiado para Alemania. Tal vez se acaben marchando. Algo, por cierto, que supondría una magnífica noticia para el Sur. Al cabo, sería lo mejor que nos podría ocurrir. A ellos y a nosotros. A todos. Ojalá.            

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