Siendo el plagio vicio consustacial a este viejo oficio de pícaros y mercenarios que llaman periodismo, algún día tendría que caer yo, al fin y al cabo profesional también del asunto, en la tentación más cara al gremio. Y ese día, caro lector, es hoy. Sí, lo admito, una infinita pereza ha doblegado esta mañana mi siempre escasa predisposición a la escritura. Así que, al modo de esos estudiantes haraganes que van arrastrándose por el bachillerato gracias al Rincon del Vago, el siempre tedioso expediente de la columna del lunes voy a saldarlo con un corta y pega de Google. Solo espero, pues, que el verdadero autor de los párrafos que me dispongo a fusilar acto seguido con frívola alegría, por más señas el antiguo colaborador del diario El Mundo Luis de Guindos, sepa perdonar mi audacia. Pero vayamos a ello sin otra dilación.
Los ejemplos de Grecia e Irlanda apuntan a otras cuestiones que seguramente van a ir adquiriendo más importancia a medida que pase el tiempo. La principal es si es posible que estos países puedan llegar a pagar sus deudas, tanto públicas como privadas, sin algún tipo de reestructuración. Los mercados parecen descontar que dicha reestructuración es imprescindible, y como tal se refleja en las rentabilidades en los mercados secundarios de la deuda pública y en los diferenciales con los bonos alemanes, que nunca habían estado tan elevados a pesar de los programas de rescate puestos en marcha. En última instancia, algún tipo de reestructuración de la deuda parece inevitable, ya sea por la imposibilidad de los gobiernos de imponer más medidas de ajuste fiscal ante su contestación social o más bien por la losa que la deuda supone para la economía de estos países. Un proceso de desapalancamiento de la deuda sin más obliga a un esfuerzo de ajuste del sector privado que puede acabar condenando a las economías a un largo período de bajo crecimiento. El peso de ésta puede además agravarse si el BCE inicia en los próximos meses una subida de los tipos de interés. La reestructuración tanto de la deuda pública como de la privada aparece como una posibilidad a partir de 2013. Sin embargo, la cuestión es si es posible, en ausencia de crecimiento económico, devolver la deuda ya acumulada sin algún tipo de quita. Empeñarse en la viabilidad de una estrategia sin reestructuración de deuda puede llevar al agotamiento de los gobiernos de los países periféricos, que incluso en algún momento podrían llegar, en su debilidad, a cuestionar el futuro de la moneda única. El problema del rescate portugués es que acabe ocurriendo algo parecido a lo que estamos viviendo en Grecia e Irlanda. A pesar del tamaño ingente de la ayuda financiera proporcionada, los mercados siguen descontando que se acabará produciendo algún tipo de reestructuración de la deuda de estos países, tal como muestran las rentabilidades exigidas en los mercados secundarios. La razón es que estamos viendo cómo los ajustes fiscales que se están poniendo en marcha están llevando a una contracción del crecimiento que genera a su vez caídas en los ingresos tributarios, junto a un descontento social creciente al que los gobiernos en cuestión no pueden ser inmunes. Se tiene así la sensación de que el ajuste fiscal per se no soluciona los problemas. Es cada vez más evidente que hay algo erróneo en la forma en la que hemos diseñado los mecanismos de rescate de los países periféricos. A diferencia de lo que ocurre con los programas del FMI, en el caso de la zona euro no es posible devaluar la moneda, y se intenta evitar de cualquier modo una reestructuración de la deuda de los países. Pero poner sólo el énfasis en los ajustes fiscales es dejar los programas desequilibrados, lo cual es un camino seguro hacia el fracaso económico y social. Se consigue únicamente evitar que el país deje de pagar sus obligaciones en el corto plazo, pero al no favorecer el crecimiento, se da la impresión de que únicamente se está intentando comprar tiempo. Si se acaba generalizando esta sensación de interinidad, puede cundir la idea de que las soluciones definitivas al problema de la deuda de los países periféricos todavía no han llegado. La consecuencia es que el contagio a otros países vuelva a ser una posibilidad real, por mucho que nos empeñemos en negarlo ahora, y que al final el tiempo comprado sea sólo tiempo perdido.
Nota bene: los párrafos arriba compilados, a los que el columnista no ha añadido ni una coma, fueron firmados por don Luis de Guindos en el suplemento "Mercados" del diario El Mundo en las siguientes fechas: 3 y 17 de abril de 2011.