Manuel Lago despotricó en La Voz de Galicia contra la inaceptable deserción fiscal de los ricos. Todos sus ejemplos se referían a acuerdos legales de empresas con gobiernos: en Luxemburgo, en España, en Estados Unidos, más las Islas Caimán y otros de los llamados "paraísos fiscales", donde también hay gobiernos y leyes.
Por lo tanto, de entrada este dramático diagnóstico del señor Lago es falso:
Las grandes compañías multinacionales y los grandes patrimonios de sus propietarios han tomado la decisión de no pagar impuestos. Aprovechándose de la globalización, de la desregulación, de su enorme poder, de su capacidad para chantajear a los Estados.
No estamos ante decisiones unilaterales de no pagar o de pagar menos impuestos, sino de acuerdos con gobiernos y de normas legales, que aplican todos los gobiernos, incluso el hipócrita del señor Obama, que clamó contra las Islas Caimán pero no dijo nada de Delaware, que, como el propio autor admite, es un paraíso fiscal dentro de EEUU.
El señor Lago derrocha tono moralizante pero no se pregunta por qué pasan esas cosas, por qué es que tantas empresas y tantas personas prefieren pagar menos impuestos que lo que podrían hacer simplemente acudiendo a los países y legislaciones cuya presión fiscal es máxima. La respuesta es evidente: todo el mundo procura pagar los menores impuestos posibles, a veces fuera de la ley, y otra veces, como en este caso que tanto le irrita, dentro. Pero esa conducta de empresas y personas debería hacerle pensar sobre la más incorrecta verdad de la Hacienda Pública: los que pagamos impuestos somos los que no tenemos otro remedio. Los que pueden pagar menos, pagan menos. Más aún: los que pueden no pagar nada, no pagan nada.
Esta conducta es generalizada en España y en el mundo. Por lo tanto, ponerse estupendo y tratar a esas personas como criminales es absurdo: ninguna sociedad podría funcionar con millones de criminales. Es igualmente absurdo seguir poniéndose estupendo y pensar que la política es como una comunidad de vecinos, que es lo que hace el señor Lago con esas bestias negras que abomina:
Han roto el consenso social sobre el que se construyó el modelo económico después de la Segunda Guerra Mundial: ya no quieren cumplir con su parte y eso provoca la crisis fiscal del Estado de Bienestar.
Pero no hubo ningún "consenso social" para pagar más impuestos, al contrario, el consenso de la población siempre ha ido en la dirección contraria: quiere pagar menos. Si ha terminado pagando más en todo el mundo es precisamente porque el consenso no era social, sino político, lo que es muy diferente, salvo que uno identifique sociedad con política, es decir, salvo que uno sea un totalitario.
Al no haber consenso ni contrato, no se puede acusar al que no paga de no querer cumplir su parte, como si el Estado fuera una cooperativa de propietarios voluntarios, igual que no se puede hablar de la crisis del Welfare State sin hablar del enorme incremento en su gasto, orquestado por políticos y grupos de presión.
Y si la sociedad no es un club, tampoco es un ejército: no se puede hablar de deserción fiscal de los ricos: los ciudadanos no somos soldados, y si toda la sociedad fuera un ejército sería, otra vez, una sociedad víctima del totalitarismo, que impondría un solo mando, un solo objetivo y, naturalmente, perseguiría a los desertores.
Insiste el señor Lago: "Si el nivel de riqueza es mayor, que nos digan que no se puede mantener el nivel de los servicios y las prestaciones públicas solo se explica por la deserción fiscal de los que más tienen". Esto es falso, porque el Estado no es la sociedad y porque, como sabe cualquiera, los que no pagan impuestos no son los ricos, ni los pobres: son, repitámoslo, los que pueden.
Otro error de su argumentación es el tópico de que como unos no pagan, otros pagamos más, y podríamos pagar menos si ellos pagaran, lo que va en contra de la evidencia. Y, naturalmente, que el grave problema es la "desigualdad de rentas", que por supuesto se podría resolver persiguiendo a los desertores. Dice, faltaría más, que sólo a los ricos. Conviene no creerlo.