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EDITORIAL

Syriza sólo tiene dos salidas

La chulería y prepotencia que mostró el primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, durante sus primeros días de gobierno se ha ido esfumando, poco a poco, conforme se acerca la fecha límite para renovar el plan de rescate heleno, cuya vigencia expira el próximo 28 de febrero. Lejos quedan ya sus promesas electorales de impagar la deuda pública de forma unilateral, volver a disparar el gasto o tumbar las escasas reformas aprobadas por el anterior Ejecutivo. Atenas ya ha empezado a recular, consciente de que se juega su permanencia o no en el euro.

La firme posición que, hasta el momento, ha mantenido Alemania está bajando los humos a la coalición de izquierda radical que lidera Tsipras. La respuesta de Berlín a las ruinosas soflamas populistas de Syriza es muy simple: financiación e incluso ciertas facilidades extra para su devolución, pero siempre y cuando Grecia no se desvíe de la senda marcada de reformas y ajustes que sigue precisando el país para sanear sus cuentas públicas y mejorar su competitividad económica. El problema de Grecia nunca ha sido la deuda, sino su voluntad de regresar a la suicida dinámica de descontrol presupuestario y rigidez económica que ha provocado su quiebra. No en vano, de poco vale que a un deudor se le condone parte del préstamo si no tiene intención de pagar.

Austeridad y reformas estructurales, ésa es la línea roja que no podrá cruzar Grecia si quiere permanecer en el euro. Pese a ello, todo apunta a que el acuerdo para renovar el rescate heleno implicará ciertas concesiones por parte de la troika, lo cual es un grave error, pero lo esencial aquí es que Syriza tendrá que plegarse, finalmente, a la amarga e impopular receta del equilibrio presupuestario y la flexibilidad económica, renunciando con ello a sus principales ejes programáticos. "O cumples o te vas" es el mensaje que había que trasladar a Atenas y, de momento, está cosechando resultados.

Es esencial que el Eurogrupo se mantenga firme ante las pretensiones de Tsipras y los suyos por varias razones. En primer lugar, porque así lo estipulan las propias reglas y principios fundacionales de la zona euro, cuya observación es clave para garantizar la supervivencia de la moneda única a medio y largo plazo. En segundo término, porque ceder al chantaje griego implicaría que el conjunto de contribuyentes europeos tendrían que sufragar los excesos y despropósitos de la irresponsable y manirrota clase política helena, lo cual es injusto, tanto económica como moralmente. Y, en última instancia, porque el rechazo frontal a la utopía comunistoide de los griegos debe servir de ejemplo y serio toque de atención al resto de peligrosos populismos que están aflorando en Europa y, muy especialmente, en España, como es el caso de Podemos.

Si Syriza quiere implementar su programa electoral y conducir a la más absoluta ruina al pueblo griego, puede hacerlo, sin duda, pero tendrá que ser fuera del euro y de la UE. Si un país no quiere cumplir con las reglas comunitarias es libre de irse, al igual que es libre de entrar. Lo que es absolutamente inaceptable es que pretenda imponer su particular voluntad al resto de europeos a base de amenazas, con el único fin de robar la cartera a sus socios. Igual de deleznable es blandir ese chantaje como ceder al mismo.

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