Resulta especialmente esclarecedor de los mecanismos mentales de la izquierda española –dicho sea lo de "española" sin ánimo de ofender– el lío que llevamos soportando una temporada por lo que se ha dado en llamar IVA Cultural y que en realidad es, esencialmente, el IVA al cine.
Unos mecanismos mentales por los que han llegado a comprender, bien que con serias dificultades, algo que muchos llevan siglos señalando con escaso éxito: que los impuestos altos dañan la actividad económica. Productores, directores, actores y trabajadores en general de la industria cinematográfica vieron, imagino que anonadados por la sorpresa, que si les subían los impuestos tenían menos espectadores, ganaban menos dinero y, por tanto, podían hacer menos películas, crear menos empleos…
Cualquier empresario o trabajador que hubiese sufrido ese proceso habría sacado una conclusión meridiana: los impuestos son malos. Por el contrario, la "gente de la cultura" –como ellos se llaman a sí mismos, con gran benevolencia– ha leído lo ocurrido de una forma ligeramente diferente: los impuestos altos a lo nuestro son malos para nosotros.
Sólo desde esta posición egocéntrica y un poco cerril puede entenderse la reacción de este sector, compuesto por trabajadores de todo tipo pero que llega a la inmensa mayoría de la ciudadanía a través de los rostros de actores y actrices guapos, queridos y en muchas ocasiones millonarios; o de empresarios que, como el propio presidente de la Academia, Enrique González Macho, también han hecho mucho dinero en su dilatada vida profesional.
Es decir, un grupo de privilegiados –sí, ya sé que no todos lo son, pero los que vemos despotricando en la pantalla sí– que al verse tratado como cualquier otro sector económico –recordemos que el cine no paga ahora más IVA sino el mismo que la inmensa mayoría de los sectores y los productos– lo que ha hecho es pedir… más ventajas.
Lo peor es que probablemente ni se den cuenta de que lo que piden son privilegios; volvemos a esos mecanismos mentales de los que hablábamos al principio: ellos creen que realmente tienen derecho, más laico que divino, a ser mejor tratados que los demás, a mucho cariño, a sentirse estupendos y, sobre todo, a impuestos bajos y subvenciones altas.
¿Les sorprende? No debería: la izquierda siempre ha sido muy de lo mío es mío y lo tuyo es mío, y cuanto más divina peor. Lo que sí debería sorprendernos, quizá, es que muchos inocentes ciudadanos –algunos incluso ideológicamente lejos de estos protestones ricachones– y casi todos los nada inocentes medios de comunicación se coloquen del lado de los privilegiados, que, como en el cuento pero al revés, quieren sacarle el dinero a los pobres para repartirlo entre los ricos.