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José García Domínguez

La huelga general de inversiones

Los meteorólogos, como los economistas, suelen errar sus pronósticos con excesiva, irritante frecuencia. Pero eso no significa que sean malos en lo suyo.

Nieva en mi ciudad, Barcelona. Esta vez, los meteorólogos han acertado. Los meteorólogos, como los economistas, suelen errar sus pronósticos con excesiva, irritante frecuencia. Pero eso no significa que sean malos en lo suyo. Y es que el clima resulta ser un sistema caótico, una estructura demasiado compleja como para que su comportamiento pueda anticiparse con nuestro grado de conocimiento actual. De ahí que el mejor meteorólogo del mundo no nos pueda asegurar si mañana lloverá. Alguna vez podrán, pero todavía no. La economía también es un sistema caótico, aunque de otro tipo. Porque no todos los órdenes caóticos resultan semejantes: unos se conducen de modo mucho más caótico aún que otros. Por ejemplo, el clima responde a lo que se conoce por caos de nivel uno. Eso significa que a una nube le trae sin cuidado lo que opinen los meteorólogos sobre ella. Cuanto digan en el telediario al respecto no influirá para nada en que la nube en cuestión descargue o no una tormenta.

La economía, en cambio, obedece a un sistema caótico de nivel dos. Y el caos de nivel dos es mucho más listo que las nubes: reacciona siempre a las predicciones que se realicen sobre él. Por eso será eternamente impredecible su conducta. Hoy no se puede. Pero dentro de mil años tampoco se podrá. ¿Por qué? Porque si Warren Buffett anunciara ahora mismo que las acciones del Banco de Santander van a dispararse en bolsa dentro de dos meses, las acciones del Santander se dispararían dentro de dos minutos, quizá menos. ¿Y qué pasaría entonces con las acciones del Santander dentro de dos meses? Imposible saberlo. Al margen de eso, las profecías autocumplidas constituyen el rasgo más característico de los sistemas caóticos de nivel dos. Si todos los meteorólogos del planeta predijeran que mañana llegará el buen tiempo, seguiríamos sin saber con certeza qué tiempo hará mañana.

En cambio, si todos los directores generales de las multinacionales europeas y americanas firmaran un documento anunciando que volverá en breve el crecimiento, volvería en breve el crecimiento. Seguro. Porque la huelga general de inversiones que se inició hace siete años tiene poquísima relación, si es que alguna tiene, con eso que Varoufakis llama los dos gremlins del capitalismo: el nivel de los salarios y el tipo de interés del dinero. Así, por mucho que se bajen los sueldos y por mucho que los intereses se arrastren por los suelos, las grandes empresas persistirán, como hasta ahora, en no invertir. Y ello porque los que deciden en las grandes corporaciones, quienes marcan la tendencia que luego imitan todos los demás, son esclavos de la paradoja de la profecía autocumplida.

Si se muestran pesimistas con respecto al futuro, el futuro les da la razón siendo pésimo. Si en conjunto adoptan una actitud optimista, el escenario macroeconómico se torna óptimo. ¿La razón? Cualquier director general de una empresa del Ibex 35 sabe que su hipotética inversión resultaría un éxito si todos los demás directores generales de las empresas del Ibex 35 también decidiesen invertir al mismo tiempo. Entonces habría demanda asegurada para su producto porque habría dinero seguro en los bolsillos de sus clientes. Y viceversa. Como se ve, al final todo depende de los estados de ánimo. Algo perfectamente irracional y ajeno, por tanto, a cualquier cálculo analítico con pretensiones científicas. Barcelona nevada, qué paisaje tan improbable.

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