Cuando Draghi sacó por fin el cañón Berta jugó la última carta que le quedaba en la manga. Ya no tenía ninguna otra. Absolutamente ninguna. De ahí que lo de ahora, el recurso a las célebres quantitative easing, no suponga más que un farol; difícil arte, el de la trola fiduciaria, que los italianos siempre han sabido ejecutar con admirable, soberbio magisterio. Un farol, apenas eso. Con las QE se hará mucho ruido, que es de lo que se trata, pero nada se resolverá. O casi nada, que viene siendo lo mismo. Logrará, sí, que el euro se deprecie –de hecho, ya se ha depreciado con solo anunciar la medida–, pero no poner coto a la deflación continental, el objetivo expreso de la medida. El capital golondrina hace las maletas a toda prisa y huye de Europa ante la expectativa de tipos de interés minúsculos, aún más, en la deuda pública, algo que abarata el euro frente al dólar. Punto y final. Apenas un parche Sor Virginia para contener la hemorragia de la Europa meridional toda.
Desengáñense los ilusos, del desastre no nos va a salvar la política monetaria del BCE, por muchos conejos que Draghi siga sacando de la chistera. Invocar a Draghi para que nos arregle esto es actuar como aquel borracho que se empeñaba en buscar las llaves perdidas de su coche bajo la luz de una farola con el argumento inapelable de que más allá estaba muy oscuro. Pero la solución resulta que está más allá. Si los que creemos en el sistema no acabamos de una vez con ese suicidio que llaman austeridad, serán otros los que vengan para hacerlo. Y cuando lleguen, nos barrerán con ella. La austeridad es un sinsentido económico que está empujando a la ruina a todo el sur de Europa desde 2010. Es una locura seguir retrocediendo por un camino que a ninguna parte conduce.
Nuestro modelo tiene que ser Estados Unidos, no Lituania, Bulgaria y Rumania, austeros eriales donde apenas quedan ya los viejos sin fuerzas para emigrar a cualquier otro lugar. Estados Unidos lleva seis años consecutivos creciendo gracias a sus políticas de expansión fiscal. La Zona Euro, en cambio, continúa hundiéndose cada vez más en un pozo sin fondo merced a la sacrosanta austeridad luterana que se nos ordena desde Berlín. Nadie se llame a engaño con ese asunto: Estados Unidos ha logrado salir del atolladero no por efecto de los quantitative easing (QE), las compras masivas de bonos a cargo de la Reserva Federal que ahora, tarde y mal, se dispone a imitar Draghi. Como tantas veces suele ocurrir con las matemáticas, los QE de Bernanke fueron una condición necesaria pero no suficiente para el despegue de la economía norteamericana tras el siniestro total de 2008. Sin los programas de estímulo a la demanda impulsados por la Casa Blanca, los QE no habrían servido de nada.
Como para casi nada habrán de servir ahora en Europa. No se sale de una recesión de balances apelando a la política monetaria. Y lo que hoy asuela el sur de Europa es una recesión de balances de caballo. Al caballo, ya se sabe, se le puede llevar al río, pero no obligarle a beber. Si no quiere beber, no beberá. Así de simple. Por muchos billetes que Draghi se empeñe en meter dentro de los bolsillos de los banqueros a cambio de deuda pública, el crédito seguirá sin despegar en el sur de Europa por la muy sencilla razón de que nadie quiere un crédito ahora. Y nadie quiere un crédito ahora porque todo el mundo está entrampado ya con otro que desea amortizar cuanto antes y como sea. Por eso no funcionará. Y Draghi, que es inteligente, lo sabe, claro que lo sabe. Pero no le dejan más remedio que jugar de farol.