Birdman, Boyhood, Descifrando enigma, El francotirador, El gran Hotel Budapest, Selma, La teoría del todo y Whiplash. Estos ocho largometrajes competirán el próximo 22 de febrero por el Oscar en la categoría de Mejor Película de 2014. Dicen que los premios de la Academia suponen un empujón en taquilla para los ganadores. Y lo cierto es que todas las candidatas lo necesitarán. Ninguna de ellas figura entre las cincuenta más vistas en los cines norteamericanos el pasado año, según los datos de BoxOfficeMojo (la primera es El gran Hotel Budapest en el puesto 53º).
Es cierto que las dos más comerciales a priori (El francotirador y Selma) aparecieron a final de año y aún tienen mucho recorrido por delante. De hecho, la de Clint Eastwood se estrenó el 25 de diciembre y en apenas cuatro cines, probablemente con el único objetivo de cumplir con el requisito que la Academia impone para poder competir en los premios de 2014. Pero aún así, resulta llamativa la desconexión entre público y crítica. Siempre ha habido taquillazos despreciados por los expertos y grandes filmes que pasaron desapercibidos para los espectadores. Pero pocas veces nos encontraremos un año como éste.
Más allá de esta curiosidad, lo cierto es que 2014 no fue un año nada bueno para los cines norteamericanos. Según los datos provisionales recogidos por The Hollywood Reporter, la asistencia a las salas en EEUU fue la más baja desde 1995, cuando el país tenía 60 millones menos de habitantes. Los 1.275 millones de entradas vendidas son 300 millones menos que en 2002 y suponen una caída del 5,1% respecto a 2013, que tampoco había sido un gran año. ¿Qué está pasando? ¿Será capaz la industria de revertir una tendencia descendente que comenzó hace ya más de una década?
Las cifras
En EEUU, el cine es mucho más que un entretenimiento, es una industria en toda la extensión de la palabra, y la prensa económica le dedica la atención que se merece. Según cifras oficiales, el llamado "sector creativo", con Hollywood a la cabeza, aportó en 2011 más de 504.000 millones de dólares al PIB norteamericano, más o menos el 3,2% de la producción total del país.
Por eso, un cambio como el que se está viviendo en las últimas dos décadas no se ha quedado sólo en las páginas de cultura. Desde 2002, el número de entradas vendidas ha caído aproximadamente un 20%. Muchos culpan a la crisis, pero en EEUU hace ya tiempo que comenzó la recuperación, pero ésta no se refleja en la taquilla. Y otras industrias del entretenimiento han pasado la recesión de 2007-2010 con datos mucho mejores. De hecho, en algunos casos (como las descargas de internet o las suscripciones a servicios de televisión) han mantenido el crecimiento incluso en los años más complicados.
A comienzos de 2013, The Economist analizaba la situación de las grandes productoras y recogía un diagnóstico preocupante de un experto en la economía del cine: "El modelo de negocio está roto". Entre 2007 y 2011, los beneficios de las seis grandes de Hollywood (Disney, Universal, Paramount, Twentieth Century Fox, Warner Bros y Sony) cayeron un 40%. Las compañías se sostienen porque han ampliado su radio de acción. Ahora el cine propiamente dicho apenas supone un 10% de sus beneficios. Y cuestiones que hasta hace poco eran secundarias, como las producciones para televisión, los canales de pago o los derechos por los servicios de streaming acaparan el negocio. Por ejemplo, la venta de entradas supuso en 2013 unos 10.800 millones de dólares, mientras que los operados de cable y satélite pagaron más de 32.000 millones en derechos de emisión.
¿Por qué?
La gran pregunta es qué está pasando. Desde hace unos años, todo el mundo mira a internet, a la piratería o al precio de las entradas. Todos estos factores (y otros que normalmente no se citan) tienen su importancia, aunque es complicado medir cuánto ha afectado cada uno.
Lo primero que hay que decir es que lo que lleva a la gente al cine es la calidad de las películas o su atractivo para el público. Y este año uno de los elementos que ha influido en los datos negativos ha sido el mal comportamiento de algunos de los blockbuster más esperados. No es que la última entrega de Spiderman o Los juegos del hambre hayan pinchado espectacularmente. Están entre los doce títulos más vistos en EEUU. Pero se han quedado por debajo de las expectativas que generaron las películas que iniciaron la saga.
Además, está claro que el cine tiene que hacer frente desde hace una década a un enemigo inesperado. Las alternativas de ocio se han multiplicado. No sólo hablamos de internet, como explica The Wall Street Journal las opciones que tiene un americano medio son mucho más numerosas, baratas y fáciles de conseguir. Hay más canales de televisión, con una oferta muy variada; videojuegos de todas las clases y que ya no implican soledad, porque se puede jugar en línea con cientos de personas desconocidas; video-clubs online que ofrecen series, deportes o películas a un golpe de mando a distancia; e incluso aplicaciones para tabletas y móviles que te anclan al sofá cuando llega el momento de decidir si acudes al cine o te vence la pereza.
En este punto, hay que aludir a una cuestión siempre polémica: el coste. Normalmente, cuando un producto hace frente a un competidor nuevo tiende a bajar su precio como mecanismo de defensa. No ha sido así en el caso del cine. En EEUU, el precio medio de las entradas en 2014 ascendió a 8,15 dólares, pero en muchas ciudades está claramente por encima de los 10 dólares. Y eso en películas normales. Si hablamos de 3-D o IMAX podríamos estar cerca de los 20 dólares. Para una familia de cuatro miembros, un cine con palomitas puede dispararse a cerca de los 100 dólares por una noche. Enfrente, pasar una noche en casa, con palomitas de microondas y una peli de Netflix puede salir por una décima parte de ese coste.
Algunos dirán que no es lo mismo. Y es cierto, el problema es que cada vez es más parecido. La experiencia de una sala a oscuras, una pantalla de varios metros cuadrados de superficie y un sonido envolvente es algo que hasta hace unos años era casi irreproducible en un hogar normal. Ahora, la distancia se ha acortado mucho con las nuevas pantallas y sistemas de sonido. No sólo eso, el nivel de calidad de lo que se puede ver en la pantalla también ha crecido. Un capítulo de una gran serie de televisión, como Mad Men, Boaarwalkd Empire o Juego de Tronos, no está muy lejos de las grandes superproducciones de Hollywood en efectos especiales o ambientación. Y volvemos al tema del precio, ¿cuánto cuesta para el consumidor uno y otro producto?
¿Cambio en la oferta?
Además, habría que preguntarse si parte del público no se está refugiando en sus sofás por algo más que ahorrarse unos dólares o la molestia de acudir al cine. ¿Ha expulsado Hollywood de las salas a un determinado segmento de la audiencia? ¿No son las series las herederas naturales de cierto tipo de cine que ya no se encuentra en los largometrajes? Por ejemplo, en 2014, éstas fueron las diez películas más vistas en las salas norteamericanas:
- Guardianes de la galaxia
- Los juegos del hambre. Sinsajo. Parte 2
- Capitán América: el soldado de invierno
- Lego. La película
- Transformers. La era de la extinción
- Maléfica
- El hobbit. La batalla de los cinco ejércitos
- X-Men. Días del futuro pasado
- Big Hero 6
- El amanecer del planeta de los simios
A primera vista, llama poderosamente la atención una circunstancia cuanto menos curiosa: no hay ningún personaje protagonista humano. Bueno, quizás Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) en Los juegos del hambre, aunque vive en una civilización post-apocalíptica con la que un ciudadano medio difícilmente se sentirá identificado.
Siempre ha habido superproducciones. Y muchas de ellas han tratado temas poco corrientes, desde la ciencia-ficción al terror, pasando por las películas históricas o las basadas en los best-sellers de moda. Pero sorprende la uniformidad de los filmes que copan las listas y la falta de géneros que también han sido tradicionalmente de masas: aventura clásica, comedia, cine negro, histórico... Y no es un dato aislado. En 2013, en el top ten norteamericano, sólo Gravity (humana, pero en el espacio) y la sexta entrega de Fast & Furious rompen la dictadura de superhéroes, dibujos animados y hobbits.
No hace falta irse a los años 50. Si vemos las listas de hace una o dos décadas, el contraste es llamativo. Por ejemplo, en 2004 las dos películas más vistas fueron Shrek 2 y Spiderman 2. Pero tras ellas, vienen La pasión de Cristo y Los padres de él. Y en el top ten se cuela alguna policíaca como El mito de Bourne. En el 94, la diferencia es aún más llamativa. La lista la encabezó aquel año Forrest Gump. Y en el top ten, junto a El rey león o Los picapiedra, encontramos Mentiras arriesgadas, Peligro inminente, Speed o Pulp fiction.
Pueden verse puntos en común en las listas de años pasados: los grandes éxitos infantiles se mezclan con películas de acción (mucho policíaco) y comedias absurdas. Nadie espera ver a Lars von Trier encabezando la taquilla. Pero había más variedad que en la actualidad, eso está claro. Además, no es sólo que los superhéroes copen las listas, es que además menudean secuelas, precuelas, spin-off de éxitos anteriores... Hollywood se ha vuelto conservador y, cada vez más, apuesta por argumentos que sepa que ya han funcionado en el pasado.
Mientras tanto, los géneros clásicos del cine han dado grandes joyas para la pequeña pantalla en la última década. Desde Los Soprano (mafia), Boarwalk Empire (cine negro), Mad Men (drama de época), Homeland (intriga), Hermanos de sangre (bélico), The wire (policíaco)... Hay cientos de ejemplos. Pero hablamos de producciones muy caras y con una enorme calidad. De hecho, cada vez más directores y actores de cine dan el salto a la televisión sin sentir que eso es bajar un escalón en su carrera; algo en lo que también influyen los sueldos que paga Hollywood, que se han desplomado en la última década al ritmo al que lo hacía la taquilla, y el número de proyectos en marcha (se hacen muchas menos películas que a comienzos de siglo, hasta un 50% menos en el caso de algunos estudios).
Claro, la cuestión es cómo afecta todo esto a la industria. Parece claro que, por un lado, empuja a cierta parte del público de las salas hacia el sofá. Por otro, esto no tiene por qué ser malo para las empresas dueñas de las productoras: los ingresos de la televisión de pago son mucho más estables y previsibles que los de las entradas. Los clientes pagan su cuota mensual por un paquete de cable sin tener tan en cuenta si el último estreno les gusta más o menos. O por decirlo de otra manera: una película fallida en taquilla es mucho más dañina para el balance que una serie que no funciona. Eso sí, el problema para las majors de Hollywood es que en la producción para televisión les ha salido una competencia que no tienen para los largometrajes en pantalla grande.
También es cierto que internet ha cambiado una tendencia que parecía imparable respecto a la forma de consumir cine en casa. A lo largo de los años 80 se disparó la industria del alquiler de películas. Luego, según se difundía el DVD, empezaron a crecer los ingresos por ventas que llegaron a suponer el 70% del mercado doméstico. Desde 2005, con los nuevos servicios streaming, la tendencia se ha invertido. Desde 2009, el alquiler, en sus diferentes formatos, ya aporta más ingresos que las ventas y para el próximo año se espera que suponga cerca del 70%.
Con este panorama, el mayor consuelo para las seis grandes llega del exterior, especialmente de Asia, donde la taquilla sigue viendo crecimientos de dos dígitos anuales. En China, a pesar las restricciones a la emisión de películas extranjeras (sólo 34 cada año), el mercado se está disparando. En 2012 y 2013, los ingresos por entradas crecieron un 36 y un 27%, sobrepasando por primera vez los 3.000 millones de dólares, una barrera que ningún mercado fuera de los EEUU había superado nunca.
Eso sí, hay que tener en cuenta que el peso del público norteamericano sigue siendo enorme. Los casi 11.000 millones de dólares de taquilla en EEUU son equivalentes a la suma de los seis siguientes mercados (China, Japón, Reino Unido, Francia, India y Alemania).