A estas alturas de la legislatura probablemente ningún ministro representa como Cristóbal Montoro el fracaso de la política económica –pero no sólo económica- del gobierno de Rajoy. Ha sido el rostro de las brutales subidas de impuestos, del dinero entregado sin medida y sin contrapartidas a Cataluña, de unas medidas que han beneficiado siempre a los que peor lo hacían, de los sucesivos incumplimientos de déficit…
Sí, es cierto que las decisiones del Gobierno son colegiadas y que el mayor responsable de ellas no es Montoro sino el presidente Rajoy, pero no lo es menos que su protagonismo en el área económica ha sido claro y que, con más o menos justicia, los votantes –y especialmente los populares- identifican todos estos desastres como responsabilidad primordial del ministro de Hacienda.
También es cierto que la situación económica ha mejorado y que, aunque arrastrando aún muchas debilidades y problemas, España se encuentra hoy en un momento mejor que hace tres años, pero de nuevo la percepción popular es, a uno y otro lado del espectro ideológico, que esto no es gracias a Montoro sino a pesar de Montoro.
Pero es que además de sus errores políticos y económicos de bulto, Montoro se ha pasado los tres años que llevamos de legislatura comportándose como un elefante en una cacharrería: las amenazas y los exabruptos han sido parte habitual de sus comparecencias parlamentarias o ruedas de prensa, en las que además ha lucido una chulería que millones de españoles que atravesaban y atraviesan una situación muy difícil han llegado a sentir como auténtica afrenta personal.
Una chulería que no se corresponde, ni mucho menos, con un trabajo del que se pueda presumir: más bien al contrario muchas de las iniciativas que han desarrollado Montoro y su departamento se han caracterizado por su falta de calidad técnica, a la que además se unía una arrogancia tan grande que ha llegado a indignar a sus propios compañeros de partido.
Así, ha llegado a provocar lo que quizá no había pasado nunca en la democracia española: que responsables autonómicos de altísimo nivel ataquen con ferocidad inusitada a un ministro de su propio partido. Lo hizo en su momento el consejero de Economía de la Comunidad de Madrid, y lo ha hecho este martes el presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, que ha afirmado que Montoro mintió descaradamente en el último Consejo de Política Fiscal y Financiera, además de acusarle de "manipulación, improvisación y falta de preparación".
Lo peor de estas acusaciones es que son rigurosamente ciertas y que desvelan claramente algo que por otra parte era previsible: los barones del PP se han dado cuenta de que Montoro no solo ha sido una plaga para España, sino que se ha convertido también en una verdadera losa para el propio PP. Una losa que puede hundir al partido en muchísimas comunidades y ayuntamientos en las elecciones de mayo, y que será parte fundamental del lastre que hunda a Rajoy en las de noviembre, si es que el presidente comete la insensatez de presentarse… y su partido se lo permite.