Un pedazo de bestia se ha subido a una pobre bestia y la ha matado con sus 150 kilos de peso. Ha sido en Lucena y el pobre borrico de abajo se llamaba Platero –un nombre un tanto manoseado para un rucio–, mientras que del burro de arriba no tenemos más que una imagen en la que, satisfecho, pasea su oronda figura encima del animal, como toda una orquesta sinfónica de músicos de Bremen que, no podía ser de otra forma, ha acabado con la vida del pobre jumento.
La dramática noticia ha corrido por internet como reguero de pólvora –me encanta esa expresión– y yo creo que su éxito no se debe sólo a la pena que lógicamente nos da el pobre Platero; ni siquiera a que supone la constatación de algo que muchos sospechamos desde hace tiempo: que hay entre nuestros semejantes de dos patas algunos ejemplares bastante más burros que los pobres de cuatro.
No, me aventuro a pensar que el éxito de la noticia está en que todos nos hemos visto reflejados en el difunto rucio, porque, como él, estamos sosteniendo a un animalote seboso y más que pesado que se ha subido a nuestro lomo sin pedirnos permiso. Sí, me estoy refiriendo al Estado, quién si no, como dirían en un anuncio de café.
Hay que reconocer a la maquinaria estatal que su ataque es algo más sutil, al subirse a nuestra grupa nos obsequia con palabras tranquilizadoras e incluso nos da un poco de alfalfa social en forma, por ejemplo, de una educación o una sanidad con apariencia de gratuitas.
Sin embargo, con buenas palabras, con servicios o con subvenciones, la carga que el Estado supone sobre nuestras espaldas se está convirtiendo en algo tan insoportable como lo que acabó con Platero. Es más: no me cabe ninguna duda de que, de haber sufrido una inspección de Hacienda, el animalico habría muerto de una forma aún más rápida y dolorosa.
En resumen: aunque sea metafóricamente, Platero somos todos, todos los que soportamos sobre nuestros hombros a un jinete totalmente sobredimensionado –ríanse ustedes de los 150 kilos del animal de Lucena– y que nos extrae año a año, mes a mes y día a día más del 50% de nuestra renta convenciéndonos de que le necesitamos para saber dónde ir. Ojo, que no digo yo que no haga falta jinete –esa es otra discusión–, pero ya hemos llegado a un punto en el que no podemos esperar más a que papá Estado se apiade de sus propias monturas y, por lo menos, se ponga un poco a régimen.
Pero no me espero nada bueno: si triste ha sido el final de Platero, que tenía toda una Asociación de Defensa del Borrico preocupándose por él, cuál no será el nuestro, sin un mal partido que se apiade del contribuyente.