Uno de los argumentos centrales del programa nacionalista por la independencia es la promesa de una elevación del nivel de vida para los habitantes del nuevo Estado, de un dividendo económico de la independencia. Así se vio hace unos meses en la campaña del Partido Nacional Escocés y en las más lejanas del Partido Quebequés y del Partido Nacionalista Vasco, esta última con ocasión de la promoción del Plan Ibarretxe. Y así se ha visto en la emprendida por los partidos catalanes que promueven el referéndum independentista. Esta última, según un sondeo que acaba de publicar La Vanguardia, ha tenido un nada despreciable eco entre los ciudadanos, de manera que un 43 por ciento de ellos cree que la secesión de Cataluña mejorará su bienestar, mientras que sólo un 24 por ciento considera que vivirá peor a partir de ella.
A la idea del dividendo económico de la independencia se han opuesto numerosos trabajos de carácter prospectivo, basados en la estimación del impacto que los cambios institucionales derivados de la secesión –principalmente, el aislamiento internacional que tal ruptura puede provocar al separar a las regiones afectadas de los acuerdos de integración europeo o norteamericano, así como de las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio y otros grandes organismos internacionales– sobre los flujos comerciales y la actividad económica, así como sobre los ingresos y gastos públicos o sobre la política monetaria y cambiaria. También, dentro del campo de la economía de la secesión se cuenta con un elenco suficiente de estudios en los que se han medido las consecuencias de la aparición de fronteras, tras los procesos separatistas, sobre el deterioro de la intensidad de las relaciones comerciales entre las nuevas naciones antes unidas. Sin embargo, no se disponía hasta ahora de investigaciones acerca del impacto global de las secesiones sobre el crecimiento económico de los países surgidos a partir de ellas. Este hueco ha venido a ser cubierto, recientemente, por un artículo académico de los profesores de la London School of Economics Andrés Rodríguez Pose y Marko Stermšek.
Merece la pena detenerse en esta última aportación, en la que se toma en consideración la experiencia de las ocho repúblicas en las que se dividió Yugoslavia entre 1991 y 2008 para analizar los factores que incidieron sobre su crecimiento económico. Lo primero que cabe destacar es que la desintegración de Yugoslavia condujo a un severo retraimiento de las economías de todas sus repúblicas y provincias autónomas, de manera que su Producto Interior Bruto por habitante experimentó un retroceso durante la primera mitad de la década de 1990 –que, en los casos de Vojvodina, Kosovo y Montenegro, se extendió prácticamente hasta el comienzo de los años 2000–, recuperándose posteriormente con una extraordinaria parsimonia, de manera que, a la altura de 2011, su nivel sólo se había restablecido en Eslovenia –donde la depresión había sido menor y desde 1999 la cifra del PIB per cápita superó a la de 1990– y en Croacia y Macedonia –donde tal logro se demoró hasta el segundo quinquenio del 2000–. En todos los demás casos, el tamaño de las economías es actualmente más pequeño que hace un cuarto de siglo, cuando comenzaron los procesos independentistas.
Pero, más allá de esta constatación –que, por otra parte, ha supuesto no sólo una enorme pérdida de bienestar para los yugoslavos, también un importantísimo retroceso de su nivel económico con respecto al de los demás europeos–, lo más relevante de la investigación de Rodríguez Pose y Stermšek es su indagación acerca de los factores económicos y políticos que han determinado el crecimiento de las economías en las ocho repúblicas de la antigua Yugoslavia. Para ello se han valido de técnicas econométricas que han aplicado a una serie de datos, referidos al período que media entre 1955 y 2011, sobre el nivel de desarrollo regional, los factores relacionados con la independencia –incluyendo elementos como las guerras civiles, las sanciones internacionales y el desarrollo de la democracia– y un conjunto de variables estructurales con las que se contempla la evolución de la población, la estructura productiva, la apertura comercial exterior y la fragmentación étnica.
Los resultados obtenidos son muy interesantes y muestran, en primer lugar, que "la secesión no tuvo ninguna incidencia en los resultados económicos sucesivos de las nuevas repúblicas independientes que emergieron de la antigua Yugoslavia". No hay, por tanto, un dividendo económico de la independencia. Sin embargo, que el hecho de la independencia careciera de relevancia para el crecimiento de las economías yugoslavas no significa que el proceso que condujo a la independencia no la tuviera. Tal proceso estuvo marcado, en varios de los casos, por el conflicto bélico y las sanciones internacionales, factores ambos que, en el trabajo que comento, aparecen negativa y significativamente relacionados con el desempeño de las economías. Otras variables relevantes para este último, como es habitual en los modelos de crecimiento, fueron la evolución de la población, el nivel económico de partida y el grado de apertura comercial de los nuevos países.
De todo ello deducen Rodríguez Pose y Stermšek que el caso de las repúblicas yugoslavas pone de manifiesto que, más que la secesión, lo relevante es la manera como ésta se configura. Señalan los autores:
En los casos en los que la secesión sucedió sin conflicto real y sin alteración significativa de los vínculos socioeconómicos previos con el resto del mundo, la secesión no ha tenido ningún impacto económico notable en el rendimiento económico resultante.
Por el contrario, añaden,
cuando la secesión se logra por el conflicto y la alteración de los patrones de comercio preexistentes, todos los involucrados en el proceso sufren.
Y, proyectando esta experiencia del este europeo hacia las pretensiones independentistas en las regiones desarrolladas de Europa, como Cataluña o Escocia, advierten así a los políticos que las alimentan:
Un divorcio amistoso no entregará un dividendo de la independencia (…), [pero] un divorcio amargo, por el contrario, es probable que tenga consecuencias económicas negativas de larga duración.