Sin duda, quien haya redactado ese protoprograma económico de Podemos merece la cárcel. Aunque no por el fondo, muy convencional surtido de tibias cataplasmas keynesianas en la más pura ortodoxia clásica, sino por la forma. Porque solo existe algo más empalagoso que un caramelo de fresa rebozado con crema de Nocilla y sazonado con miel y arándanos: el insufrible kitsch de las citas cursis de Lluís Llach y compañía que se van salpicando a lo largo de los sesenta folios del documento. ¡Cuánto daño ha hecho en las almas simples toda esa mojigatería curil tan cara a la izquierda vintage, la de las velitas y los mecheritos encendidos mientras suena "La estaca" y una lagrimita tierna se desprende por la inflamada mejilla de nuestra muy sentimental progresía!
En El arte de la novela, acaso las páginas más notables que nunca haya escrito Kundera, ya se nos alertaba sobre la necesidad imperiosa de esa actitud kitsch para todo aquel que se quiera sentir moderno, el irrefrenable anhelo de "mirarse en el espejo del engaño embellecedor y reconocerse en él con emocionada satisfacción". Stalin los habría fusilado a todos. Y no sin alguna razón atenuante. Enmiendas de orden estético al margen, el menú económico de Podemos se distingue de las recetas convencionales que ofrecen PP y PSOE por su lúcido, descarnado realismo. Podemos, a diferencia de los presuntamente serios, ni engaña ni se engaña. Así, desde la primera línea se reconoce ahí que resulta imposible encarar la crisis en el marco de los Estado-nación, todos ellos impotentes y castrados tras haber donado los atributos de la soberanía económica a la tecnocracia de Bruselas. En un choque de economías asimétricas forzadas a convivir contra natura bajo una misma moneda, ni las viejas recetas liberales sirven para nada, ni tampoco las socialdemócratas. Y los economistas de Podemos, al menos, han tenido la honestidad intelectual de admitirlo por escrito.
Porque, a estas alturas del desastre, a la Unión Europea únicamente le restan dos posibilidades: o convertirse en un Estado o esperar a que, más pronto que tarde, el euro reviente por su flanco políticamente más débil, que tal vez sea el francés. Ese es el verdadero debate que afronta el continente hoy. Lo demás es charlatanería huera de tertulianos. Igual que el resto, Podemos nada puede. Nada salvo dar miedo. Miedo en Berlín. Como Le Pen, como Syriza, como el UKIP, como el cómico Grillo. Un miedo que podría ser nuestro mejor aliado estratégico. Al respecto, conviene recordar que el New Deal de Roosevelt solo se hizo realidad merced al miedo a un antisistema austriaco apellidado Hitler. A fin de cuentas, fue el gasto militar hijo del miedo quien acabó con la Gran Depresión. El pánico curó de golpe la alergia crónica del Partido Republicano al déficit. Y podría obrar idéntico milagro con Merkel.