En septiembre de este año, la tasa de paro en Grecia y España rondaba el 25%. En nuestro país parece que ya estamos acostumbrados, porque llevamos años conviviendo con esta realidad, pero esta cifra no es normal. De hecho, sólo hay que ver el gráfico de Eurostat para darse cuenta de que hay algo muy extraño en estos dos mercados laborales. Tras Grecia (26,4%) y España (24,0%) se abre un enorme hueco, hasta que encontramos al tercer país con un desempleo más elevado (16,1%). Se trata de Croacia, un país que se incorporó a la UE en 2013 y con un PIB per cápita un 60% inferior al español.
Evidentemente, una tasa de paro cercana a la cuarta parte de la población activa tiene muchas causas. No se puede explicar sólo con un dato. Pero hay algo que llama poderosamente la atención: Grecia y España son también los dos países que tienen una indemnización por despido más elevada. Y con bastante diferencia. Es decir, precisamente aquellas legislaciones que teóricamente más protegen al trabajador (al menos ésa es la explicación a este tipo de normativas) son las que provocan tasa de paro más elevadas. En nuestro país, además, este dato se une al 23% de temporalidad, otro récord de la UE, aunque en este caso quién nos acompaña en la foto es Polonia.
Este jueves, era el BBVA el que ponía el asunto encima de la mesa con una propuesta de reforma del mercado de trabajo que incluye la reducción de las modalidades de contratación y la introducción de la llamada mochila austriaca. Este sistema sustituye (en todo o en parte) la indemnización por una cuenta individual de ahorro que pertenece al trabajador y que éste puede usar si le despiden, se cambia de empresa, lanza un proyecto propio o cuando llega su jubilación. Desde que se presentó el documento, las críticas arrecieron. PP, PSOE, partidos de izquierda, sindicatos... Hubo una extraña unanimidad, muy difícil de encontrar en cualquie otro tema: no importa que en Austria haya un 5% de paro, no queremos imitar su modelo.
En España se asocia protección con indemnización. Sin embargo, un vistazo rápido al siguiente gráfico debería ser suficiente para cuestionar esta relación. En el mismo se ordenan los países de la UE en función del coste de la indemnización por despido. Y puede verse como en una decena, no existe esta figura. Hablamos de países como Suecia, Holanda, Austria, Dinamarca o Finlandia. En todos estos casos, el empresario tiene una completa libertad (limitado por unos pocos requisitos legales) para organizar a sus trabajadores, también en lo que tiene que ver con las altas y las bajas.
En cada caso, existe una forma de ayudar a los que se quedan sin empleo: con un subsido de paro más alto (normalmente asociado a la búsqueda de un nuevo trabajo), con la mochila o con cualquier otro formato. Pero el empresario no se ve afectado. Los que defienden el sistema aseguran que tiene numerosas ventajas: no se despide al último en llegar, sino al menos productivo; los trabajadores no tienen miedo a perder su puesto de trabajo, porque saben que encontrarán otro muy pronto; la movilidad laboral es mucho más elevada; no existe miedo a dejar el empleo porque no hay una indemnización que perder,...
En realidad, no todo se puede reducir a la indemnización. En Alemania (5% de paro), por ejemplo, sí existe y es relativamente alta, especialmente para los trabajadores con más años de experiencia. Eso sí, en el país germano también encontramos la formación dual, una negociación colectiva completamente diferente a la española o los mini-jobs. Curiosamente, también son propuestas que se critican con fuerza cada vez que se ponen encima de la mesa. Del mismo modo, en Italia la indemnización teórica es muy baja, pero luego la legislación hace casi imposible el despido, por lo que las empresas hacen frente a un mercado laboral absolutamente rígido, con sus previsibles consecuencias.
Pero lo que la experiencia de Austria (5,1% de paro), Holanda (6,5%) o Dinamarca (6,5%) demuestra es que la mejor protección para el trabajador no es una indemnización que puede acabar siendo una cadena que lo retiene en un empleo que no le gusta y un muro que impide a los jóvenes acceder al mercado laboral.