Que la corrupción en nuestra nación no es algo vano o anecdótico está de sobra demostrado por los hechos que vienen prodigándose. Se diría que el hecho de "sobornar a alguien con dádivas o de otra manera", así la define la Real Academia Española, se ha convertido en un deporte nacional, que practican tanto la izquierda como la derecha, tanto el poderoso como el débil; todo es cuestión de oportunidad, hasta el punto de que aquellos que creímos incólumes a las tentaciones sucumben cuando la ocasión llama a su puerta.
Es cierto que la gran mayoría de los españoles son honestos, al fin y al cabo es en ellos donde nos refugiamos cuando tratamos de escapar de esas otras realidades. Pero es tanto lo que conocemos que, trabajando temas económicos, al menos en su plano teórico, se pregunta uno si esto de la corrupción no será el mejor de los negocios, y de ahí su proliferación.
Para desechar la idea del negocio, ansío conocer las condenas a los corruptos y el cumplimiento de sus penas, en reparación del daño social que la ya práctica habitual está produciendo en la comunidad entera, desde su célula más restringida, la familia, hasta la más amplia, que la enmarco en el pueblo español, pues no quisiera generalizar para refugiarme en el viejo aforismo de "Mal de muchos, consuelo de…".
Ya ven que tengo presente, y es lo que más me importa, el daño social, pues del daño material privado o público ya habrá quien se preocupe de exigir su reparación. Estoy hablando del daño en las costumbres, en los hábitos, en los principios, en la educación, en los fines humanos que parecen deslizarse hacia el enriquecimiento rápido, no importa cómo. Somos muchos los que desde 2005 venimos hablando de que a la crisis económica subyace una crisis moral; la crisis de los valores que deben presidir el actuar humano y las relaciones sociales, políticas y económicas en una comunidad.
La crisis de los valores, la corrupción como una de sus manifestaciones, puede ser el arma más poderosa para destruir la economía de un país próspero. Con riqueza natural o con riqueza humana, hay ejemplos notables en el mundo en el que una nación corrupta ha sucumbido al vicio, a la depravación de las costumbres, corrompiendo íntegramente el comportamiento de la comunidad.
En ese escenario, no hay economía que sea capaz sobrevivir. Las relaciones económicas, como también las otras, se basan en la confianza, siendo ésta tanto más necesaria cuanto a más largo plazo se produzcan tales relaciones entre los agentes. Por ello, en una economía dominada por la corrupción sólo hay espacio para actividades especulativas de beneficios extraordinarios en el plazo inmediato; no caben actividades de inversión, producción y mercado que, por naturaleza, exigen tiempo dilatado y confianza en las leyes y en las instituciones.
Ahí reside mi preocupación por la gravedad económica de la corrupción.