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José García Domínguez

¿España debe algo al euro?

No fueron los políticos de las cajas, tontería populista mil veces repetida, sino el dinero alegre de los ahorradores alemanes lo que nos empujó al desastre.

No fueron los políticos de las cajas, tontería populista mil veces repetida, sino el dinero alegre de los ahorradores alemanes lo que nos empujó al desastre.

Hay dos cosas que España debe al euro. La primera es que hayamos podido hundirnos en la peor de todas las crisis económicas de nuestra historia, acaso con exclusión del periodo inmediatamente posterior a la guerra civil de 1936-39. La segunda es que, pese a los sangrantes sacrificios realizados, sigamos a día de hoy sin siquiera atisbar el momento de dejar atrás la peor de todas las crisis económicas de nuestra historia. Al cabo, en este abismo caímos no a pesar al euro, sino gracias al euro. Y ello porque la orgía especulativa del ladrillo, con tanto ahínco incubada en tiempos de Aznar y Zapatero, hubiera sido imposible sin la pertenencia de España a la moneda única. Completamente imposible. Razón última, por cierto, de que jamás ocurriese nada similar en vida de la peseta. Y es que sin los flujos de capital alemán atraído hacia el cemento mediterráneo gracias a la súbita desaparición del riesgo cambiario, nunca hubiera habido una burbuja inmobiliaria en España. Nunca.

Porque no fueron los políticos de las cajas, tontería populista mil veces repetida, sino el dinero alegre de los ahorradores alemanes lo que nos empujó a este desastre. El euro nos metió. Y el euro no nos deja salir. Milton Friedman comparó en cierta ocasión los tipos flexibles de las monedas nacionales con el cambio horario en invierno. ¿No resulta absurdo –se preguntaba Friedman– que el Gobierno atrase una hora el reloj cuando se podría lograr lo mimo si cada persona cambiara sus propios hábito horarios? A fin de cuentas, bastaría con que todos nos pusiéramos de acuerdo para ir una hora antes al trabajo, una hora antes a comer, una hora antes a recoger los niños en el colegio, una hora antes a cenar, una hora antes a dormir. En teoría, claro que se podría hacer. Pero es mucho más fácil, infinitamente más fácil, cambiar por ley la hora del reloj. Nadie lo duda. Nadie lo discute.

Bien, pues con esta maldita crisis ocurre algo similar. Sería mucho más fácil, infinitamente más fácil, devaluar por ley la moneda para lograr que, de repente, nuestros productos resultasen más competitivos en el extranjero. Pero como ya no tenemos moneda vamos a intentar hacer lo mismo bajando todos los salarios de todo el mundo. Por separado. Uno a uno. A lo largo de meses, huelga decir. Y en dura disputa con los afectados. Todo ello con la esperanza, tal vez vana, de que al final acaben bajando los precios. La famosa devaluación interna no es más que eso: tratar de imponer en una guerra de guerrillas interminable con los sindicatos lo que se hubiera logrado en un minuto merced a un decreto de devaluación de la divisa. Cráneo privilegiado quien nos metió en esta ratonera.                

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