La retórica ha sido siempre un arma de los poderosos para someter a sus súbditos. Cuando el poder alcanza cotas de intrusión inéditas, y encima lo hace bajo el sistema político que más presume de respetar los deseos de los ciudadanos, el bien decir de la mentira política se vuelve imprescindible.
Eso explica la brillantez de los giros y oropeles lingüísticos, en especial en lo que se refiere a la expresión más clara de la coacción política y legislativa: la Hacienda. Que, para empezar mintiendo bien, siempre se llama "pública", como si fuera de todos, como si todos realmente tuviéramos la llave de ese Tesoro y la capacidad de decidir sobre sus ingresos y erogaciones.
Pondré dos ejemplos sugestivos relacionados con la deuda y la recaudación. Es habitual que autoridades y medios celebren que el Estado haya "colocado con éxito" más deuda, y que la recaudación impositiva mejore.
El verbo colocar es de entrada equívoco, porque la acepción que teóricamente más se ajustaría al fenómeno en cuestión sería la de "encontrar mercado para algún producto". Sin embargo, lo que está sucediendo no tiene que ver con el mercado en aspectos muy fundamentales: el Estado no es una empresa, el Estado puede obligar y de hecho obliga a los ciudadanos a que paguen esa deuda que él emite y, en caso de impago, puede darse el lujo que acometer esa práctica, letal para cualquier empresa, y no desaparecer ipso facto.
Además, y dejando de lado los matices de la colocación, ¿en qué estriba el famoso "éxito"? Generalmente en dos criterios: la cantidad y el precio. Así, cuando el Estado coloca todo que pretendía, y a un precio bajo, o menor al de la colocación anterior, todo son plácemes. Muy rara vez, o nunca, sin embargo, los relatos sobre estas colocaciones tan exitosas subrayan una incuestionable realidad: el éxito radica en que las autoridades logran que los ciudadanos les presten ahora dinero a cambio de unos papelitos cuya rentabilidad exigirá que aumente en el futuro la coerción de esas mismas autoridades o (más frecuentemente) sus sucesoras sobre los ciudadanos. Este uso de la fuerza no debería ser motivo de aplauso.
Como tampoco debería serlo el hecho de que las autoridades se apropien de una suma mayor de los bienes de sus súbditos. ¿Por qué va serlo? Más bien lo plausible sería lo contrario, es decir, que el pueblo conservara lo que es suyo, sus bienes, sus propiedades, y por supuesto sus salarios. Pues parece que no, parece que lo bueno es que la gente tenga menos dinero y que el poder le quite aún más. Por eso se dice que la recaudación "mejora", en vez de decir que "aumenta".