La señora marquesa -por nieta y por excónyuge, es un decir- se ha despachado bien desde su atalaya del Círculo de Empresarios despotricando contra la contratación de mujeres cuya edad se ubique entre los 25 y los 45 años porque, según ella, si se quedan embarazadas se genera un problema. La contrariedad es, al parecer, que las mujeres gestantes y las que cuidan la infancia de sus hijos están protegidas por la legislación laboral, y esto no le gusta a la señora marquesa porque a sus negocios les va mejor, por ahora, no estar sujetos a molestas regulaciones.
Como en otras ocasiones -como cuando dijo que los jóvenes sin formación no sirven para nada o cuando soltó eso de que las prestaciones de desempleo generan parasitismo-, doña Mónica de Oriol e Icaza ha metido la pata; y eso que la suya no es la pata quebrada con la que, al parecer, quiere condenar a las mujeres de entre 25 y 45 años para que se queden en casa y no le incordien. Claro que, a posteriori, ha declarado lamentar "enormemente" haber dicho lo que ha dicho, exculpando de paso a la institución que preside, donde según señala -no sabemos si con veracidad o con mera posición de circunstancias- "apoyan a la mujer", así, de manera universal, sin mayor precisión de edad. Y para rematar la disculpa ha añadido que se estaba “haciendo eco de una opinión generalizada” -aunque no sepamos si entre sus amigos o entre todos los españoles-, a la vez que con enigmática contradicción, digna de la mejor dialéctica marxista o tal vez groucho-marxista, ha rematado: “Mi frase fue un desatino, pero lo que dije no fue un desatino”.
De que doña Mónica tiene amigos no cabe la menor duda, pues son varios los columnistas que han salido en su defensa, argumentando que la protección laboral de las mujeres con hijos menores supone costes para las empresas y les resta flexibilidad para ajustar sus plantillas, supongo que despidiéndolas. Pero lo que todos ellos han ignorado, lo mismo, por cierto, que la señora marquesa, es que este asunto tiene un alcance mucho mayor que el de los costes laborales y se adentra en el proceloso problema de la demografía española, al que, al parecer, en esta sociedad nuestra nadie quiere prestar atención.
La demografía, como señaló una vez Joaquín Leguina, es como las termitas, esos bichitos que trabajan con pasmosa lentitud para dar lugar a inimaginables catástrofes muchos años después de haber asentado su potencia destructora. Y es a la termita demográfica a la que deberíamos atender ahora, singularmente desde instituciones como el Círculo de Empresarios, que nacieron con pretensión intelectual, en vez de a los mezquinos intereses de patronos con anteojeras que no ven más allá de sus narices. Porque las semillas del cambio demográfico se plantaron hace ya más de tres décadas y están rindiendo sus frutos. El Instituto Nacional de Estadística lo advirtió hace ya casi un año cuando, en sus proyecciones a medio plazo, señaló que la población española será en 2023 inferior a la actual, en más de dos millones y medio de personas, en virtud no sólo de una inmigración neta negativa, también de una natalidad recortada por el dramático descenso del número de mujeres en edad de procrear, "al encontrarse en esa edad -añade el INE- las generaciones de mujeres menos numerosas que nacieron durante la crisis de natalidad de finales de los 80 y de los años 90, (…) de hecho, el número de mujeres entre 15 y 49 años se verá reducido en 1,9 millones -un 17,0%- en 10 años". De esta manera, en las postrimerías de la actual década y en los comienzos de la siguiente se prevé la acumulación de un déficit de más de 253.000 nacimientos, al morir en España más personas que las que ven la luz.
La cosa no queda ahí. En sus proyecciones a largo plazo, el INE señala para mediados del siglo un censo casi cinco millones inferior al de ahora, aun cuando estima una importante entrada neta de inmigrantes, hasta el punto de que éstos constituirán entonces un 40 por ciento de la población residente en España. Dar por válida esta última cifra es, en mi opinión, muy aventurado. Y no porque no pueda haber personas en otros países dispuestas a asentarse en España, sino porque es difícil pensar en que un fenómeno así pueda producirse sin suscitar severas tensiones sociales, incluso preparando desde ahora a los españoles para que rechacen los atisbos de racismo o xenofobia que ya florecen. Ello significa que el impacto demográfico del déficit de nacimientos -que va a seguir produciéndose con ritmo creciente- puede acabar siendo mucho más problemático de lo que ahora se espera.
Las implicaciones económicas de estos fenómenos demográficos apenas se han explorado. ¿Qué ocurrirá cuando el mercado interior sea cada año más pequeño? Sucederá que las oportunidades para las empresas -incluyendo las de la señora marquesa- serán cada vez más reducidas. Ya veo a más de uno susurrándome al oído que la internacionalización solventará este nimio problema, ignorando que todos los estudios de que disponemos señalan que, dentro de cada país, debido a su singularidad cultural e institucional, se comercia con mucha más intensidad -en torno a veinte veces con más potencia- que con el exterior, naturalmente bajo la cláusula ceteris paribus que utilizamos los economistas para medir estas cosas, es decir, considerando que la relación comercial tiene lugar en términos de identidad de distancia y tamaño de las regiones o países con los que se trafica.
Y detrás de un mercado recortado tendremos un país en decadencia, una nación sin futuro para sus hijos, un desierto demográfico. ¿Saben quienes leen estas líneas que, en ausencia de inmigración externa, de continuar la fecundidad de las mujeres españolas en el nivel en el que ahora se encuentra -el más bajo de la historia-, dentro de un siglo apenas podríamos alcanzar una población de quince millones de habitantes? Por eso es tan relevante el problema demográfico; y frente a ese problema sólo son admisibles políticas y cambios en la mentalidad y en las instituciones que conduzcan a facilitar la compatibilidad entre la carrera laboral y la función reproductiva de las mujeres.
La señora marquesa, como se ve, se ha equivocado de plano con su cortedad de miras y su ruindad intelectual, pues la termita demográfica hace mucho que puso sus huevos en la sociedad española y sus vástagos amenazan ahora con conducirla a la desolación.