Hasta ahora 2014 ha sido un año verdaderamente fértil para las ideas económicas estúpidas. No obstante, de entre todas sus perlas (los peligros de la "bajaflación", las afirmaciones de Thomas Piketty de que el capitalismo crea pobreza y la solución al problema de la deuda estudiantil del presidente Obama de "pagar a medida que se gane") puede que sea una idea presentada por Steve Liesman la semana pasada en la CNBC la que se lleve el premio. Así, al intentar diagnosticar las causas del continuo malestar de la economía estadounidense, éste afirmaría que "el problema es que los consumidores no se están endeudando lo suficiente". Y que "históricamente, la economía de EE.UU. se ha basado en el crédito al consumo". Su conclusión: Se debe alentar a los consumidores a pedir más prestado y gastar más dinero. Si Liesman es el principal periodista económico de la CNBC, no quiero ni imaginarme las ideas que se le ocurren a los de menor rango.
Antes de entrar a analizar la amnesia histórica necesaria para llevar a cabo tal declaración, tenemos que estudiar la cuestión de las causas. De la misma forma que la mayoría de los economistas cree que la caída de los precios causa la recesión, en lugar de al revés, Liesman piensa que se crea crecimiento económico cuando las personas usan los ahorros de la sociedad para comprar bienes de consumo que de otra forma no podrían permitirse. Pero el consumo no genera crecimiento. Es el aumento de la producción el que posibilita un mayor consumo. Algo tiene que ser producido antes de que pueda ser consumido.
Pero incluso pasando por alto este malentendido, podemos ver que el crédito al consumo no contribuye a incrementar el consumo. Lo único que logra es trasladar el consumo del futuro al presente (al mismo tiempo que genera una ganancia para el banquero). Esto es como hacerse una transfusión de sangre del brazo izquierdo al brazo derecho. No se consigue nada, excepto la posibilidad de derramar sangre por el suelo. Ni siquiera es inocuo.
Si, por ejemplo, un consumidor pide prestado para tomarse unas vacaciones, tendrá que devolver la deuda con intereses haciendo uso de las ganancias del futuro. Esto sólo significa que en lugar de ahorrar ahora (sub-consumiendo) para pagar en efectivo (lo cual en circunstancias normales se ganaría en intereses y sufragaría el costo) unas vacaciones en el futuro, el consumidor pide prestado para hacer sus vacaciones ahora y pagar por ello en el futuro. Adelantar el consumo del futuro al presente sólo crea la ilusión de crecimiento.
A diferencia del crédito empresarial que se puede auto-liquidar (las empresas piden prestado para invertir, lo que amplia su capacidad, sus ingresos y su aptitud para pagar el propio préstamo), el crédito al consumo no hace nada para ayudar a los prestatarios a pagar la deuda. ¿Por qué esperaría un consumidor que le fuera más fácil pagar en el futuro unas vacaciones que no puede pagar en el presente—especialmente cuando está utilizando crédito, sumando los costos del interés a la factura final? En realidad los préstamos al consumo disminuyen el consumo futuro más de lo que incrementan el consumo presente.
De hecho, los préstamos al consumo constituyen el peor uso de los limitados ahorros de la sociedad. Como explico en mi libro, How an Economy Grows and Why It Crashes (¿Cómo crece una economía y por qué cae?), el ahorro conduce a la formación de capital y a la inversión, lo que a su vez aumenta la capacidad productiva. Cuando la producción aumenta, los bienes y servicios se hacen más abundantes y asequibles, elevando así el nivel de vida. El crédito al consumo interfiere con ese proceso. Los fondos prestados para el consumo dejan de estar disponibles para usos más productivos. Puesto que el crédito al consumo reduce la inversión, también reduce la producción futura, reduciendo por tanto el consumo futuro.
Liesman también se equivoca al declarar que el crédito al consumo ha sido la base histórica del crecimiento en Estados Unidos. Tal vez le causaría sorpresa descubrir que el crédito al consumo era en realidad un gran desconocido hasta la segunda mitad del siglo XX. Anteriormente, la gente simplemente o no compraba, o bien no podía comprar, cosas a crédito. Tendían a pagar en efectivo (incluso por los automóviles) o utilizaba el ahora pintoresco sistema de reservar el producto con un adelanto (que esencialmente es lo contrario del crédito al consumo). Las tarjetas de crédito no se volvieron omnipresentes hasta la década de los 70. También era mucho más común para los estadounidenses ahorrar dinero para el futuro incierto, para el "día de lluvia", del que siempre se nos advertía. Pero las tasas de ahorro ahora son sólo una fracción de lo que fueron durante la mayor parte de nuestra historia. Ahora los consumidores esperan pedir prestado para salir de cualquier crisis. Pero la economía de Estados Unidos disfrutó algunos de sus mejores años antes de que el crédito al consumo se convirtiera en una opción.
Lo que Liesman está realmente pidiendo es que los consumidores pidan prestado dinero para comprar cosas que no pueden permitirse. ¿Qué tipo de asesoramiento económico es ese? Sobre todo ahora que un tercio de los estadounidenses tienen menos de 1000 dólares ahorrados para la jubilación—una estadística tan impactante que incluso la CNBC la citó recientemente como una causa de preocupación. ¿De verdad cree Liesman que esos americanos sin ahorros deben pedir aún más deuda al consumo? ¿Crear una nación de ancianos en bancarrota que ni siquiera pueden retirarse conduce a una sociedad más próspera?
Contrariamente a la torpe afirmación de Liesman, no es el crédito al consumo lo que construyó la economía de EE.UU., sino todo lo opuesto: ¡el ahorro! El sub-consumo, no el sobre-consumo, es lo que hizo grande a Estados Unidos. Al ahorrar en lugar de gastar, los consumidores proveyeron a la sociedad de los medios necesarios para incrementar la inversión y la producción, lo que a su vez llevó a un incremento del nivel de vida para todos. Desafortunadamente, es el crédito al consumo lo que está ayudando a destruir lo que el ahorro una vez construyó.