Al menos en lo que hace referencia al ámbito económico, la desigualdad es, sin duda, la estrella de la temporada. Será por el libro de Thomas Piketty, por los informes de las ONG o por las protestas de los indignados, pero la creciente brecha que, teóricamente, se está formando en los países occidentales entre los que más y los que menos gastan está en primera línea del debate político.
Eso sí, se habla mucho del tema, pero se explica menos: ¿cuál es el origen de esta desigualdad?¿realmente se está dando este fenómeno? ¿es malo en sí mismo un mayor desequilibrio en los ingresos? ¿implica esto que los pobres viven peor que hace dos décadas? ¿se puede hacer algo por limitarlo?
En esta discusión, uno de las cuestiones más relevantes es la relación que pueda existir entre el crecimiento económico y la desigualdad. La pregunta es si es inevitable que los países en expansión tengan, como contrapartida, un incremento en la brecha entre pobres y ricos. Y casi se da por supuesto que es así. Pero podríamos estar ante otro nuevo mito no sustentado por las cifras.
Según un estudio publicado por el FMI este mismo verano, el crecimiento no sólo no atenta contra la igualdad, sino que la fomenta: "Un 1% de incremento del PIB per cápita implia una reducción media del coeficiente Gini [la medida más habitual sobre desigualdad] de 0,08 puntos". Es más, según los autores del informe, el crecimiento favorece especialmente a los cuatro quintiles inferiores (el 80% de la población con menos ingresos), que se comen parte de la renta nacional que hasta ese momento disfrutaba el quintil superior (el 20% más rico).
Evidentemente, hablamos de una media, por lo que cada lugar y cada momento tendrán su particularidad. Pero los resultados del estudio apuntan a que la reducción de la desigualdad se puede observar en todo tipo de países, sea cual sea su etapa de desarrollo. Ni siquiera Asia y América Latina, donde la brecha de ingresos es mayor, escapan a este patrón. Se puede ver, como ejemplo, en el siguiente artículo de The Economist sobre la salida de la pobreza de millones de sudamericanos en la última década gracias al crecimiento económico de la región.
Llegados a este punto, habrá quien se pregunte cómo puede ser que este tema haya llegado a ocupar una posición central en la opinión pública occidental. Los autores admiten que es posible que en el mundo rico sí se haya producido el efecto de un incremento en la desigualdad en las últimas décadas, una situación especialmente acentuada con la crisis.
En realidad, este aumento de la brecha durante la Gran Recesión parece reafirmar las conclusiones del estudio. En el momento en el que Europa y EEUU han dejado de crecer a las tasas a las que lo estaban haciendo tras la Segunda Guerra Mundial, la desigualdad ha vuelto a incrementarse.
Pero, además, hay un factor que normalmente no se tiene en cuenta, pero que los autores del estudio creen que está detrás de este fenómeno: los cambios tecnológicos. En este sentido, los últimos adelantos podrían haber intrducido un sesgo en favor de los trabajadores más cualificados, impulsando sus remuneraciones mientras los demás se quedaban atrás.
Consecuencias y soluciones
Sin embargo, más allá de la búsqueda de culpables de este incremento de la desigualdad de los últimos años en los países avanzados, lo más relevante sea preguntarse qué consecuencias puede traer en nuestra sociedad y si existen soluciones a la misma.
En cuanto a lo primero, siempre se alude a la brecha entre los que tienen y los que no para explicar el crecimiento de los populismos europeos. Según esta lectura, la percepción de que el ascensor social ya no funciona como antaño estaría detrás del éxito de aquellos partidos que, a derecha e izquierda, cuestionan el sistema. Frente a esta lectura, destacan dos datos: en primer lugar, que los electores de estas formaciones no vienen, en muchas ocasiones, de la marginalidad.
Pero además, hay que tener en cuenta otra cuestión que no siempre está encima de la mesa. Que aumente la desigualdad no quiere decir, ni mucho menos, que sea a costa de empobrecer a las clases inferiores. Así, podría darse la situación de una sociedad en la que todos los grupos de población mejoren su situación, incluso aunque la distancia entre ricos y pobres sea superior a la del punto de partida. De hecho, esto es lo que parece que ha podido ocurrir en el mundo occidental en las últimas décadas.
Como explicaba hace unos meses nuestro compañero Diego Sánchez de la Cruz, si medimos en términos de consumo y de bienes disponibles, es complicado encontrar alguna ratio en la que los actuales europeos estén peor que sus padres o abuelos: "Si viajamos a la Gran Bretaña de 1957, vemos que la compra decomida y ropa se llevaba el 43% de la renta disponible en hogares de ingreso medio; cuarenta años después, este indicador es del 23% entre el 10% más pobre".
En EEUU, otros informes arrojan la misma conclusión: "Por ejemplo, el coste acumulado de comprar una lavadora, una secadora, un lavaplatos, una nevera, un congelador, una televisión en color y una aspiradora es ahora seis veces menor que en 1959. Entonces, el trabajador medio compraba estos bienes con la remuneración de 766 horas laborales; ahora, esta cifra ha caído a 134".
Movilidad y educación
Al final, muchas veces el problema no es tanto de desigualdad (diferencia en los ingresos) como de movilidad social (la posibilidad de que cualquiera, con talento y esfuerzo, pueda labrarse su futuro). Las sociedades occidentales, especialmente EEUU, siempre han vendido que su sueño estaba ahí, disponible para cualquiera que quisiera cogerlo. La pregunta es si esto ha cambiado en las últimas décadas.
En este vídeo de la Brookings Institution (uno de los más grandes think tank americanos y más bien cercano a las posiciones demócratas) muestran en tres minutos qué posibilidades tiene alguien que nazca en el quinto quintil de riqueza de llegar a lo largo de su vida a estar en el primero. Los resultados son llamativos: en términos generales, cogiendo a toda la población americana, uno de cada diez de los nacidos en el 20% más pobre llegará al 20% más rico (la mitad de lo que tocaría).
Pero dividiendo por diferentes factores, la cosa cambia: para los negros, el porcentaje cae al 3%, mientras que para los blancos sube al 16% (casi el normal). Si tenemos en cuenta la situación familiar, las cifras también cambian: los hijos de parejas no casadas nacidos en el 20% más pobre sólo tienen un 5% de posibilidades de llegar al 20% más ricos, mientras que en el caso de las parejas casadas el porcentaje sube al 19%.
Por último, puede tenerse en cuenta la educación: los que no terminaron el instituto y provienen de ese 20% inferior apenas tienen un 1% de opciones de llegar al 20% superior; para aquellos con estudios universitarios la cifra sube al 20%.
Precisamente, la educación está casi siempre en el centro del debate. El informe del FMI apunta a que uno de los mejores efectos del crecimiento (y que ayuda a explicar la caída de la desigualdad) es que impulsa el gasto educativo. Porque es la educación el factor que más correlacionado está con la mejora en los ingresos de aquellos situados en los percentiles inferiores. En este sentido, parece un efecto que se retroalimenta: más ingresos, que permiten más gasto en educación, que lleva a más ingresos.