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José T. Raga

Luto en la Universidad

Tenía naturalmente acrecentada la capacidad de percibir el objetivo más favorable para la empresa, y de ejecutar las acciones necesarias para alcanzarla.

Emilio Botín Sanz de Sautuola y García de los Ríos abandonó hace unas horas este mundo, al que tanto esfuerzo entregó y del que tantos éxitos cosechó. Vaya por delante mi sentido pésame a su viuda, a su hija, a los demás familiares y a los que con él colaboraban a diario en su quehacer empresarial, en tantas entidades en las que su personalidad, su saber y su desempeño marcaron una impronta que, sin duda alguna, permanecerá por días sin término.

Decir Emilio Botín es evocar una figura señera. Su referencia nos conduce necesariamente, aunque con clara injusticia a su trayectoria profesional, al mundo financiero. No en vano ha sido, y seguirá siéndolo en el recuerdo, una figura cimera, gran representante de una saga de banqueros a la que ha dado continuidad.

La diversidad de sus perfiles hace imposible la tarea de abarcarlos, siquiera de forma sucinta. Por eso me limitaré a resaltar atributos de su buen hacer empresarial y de su implicación en actividades sin ánimo de lucro.

Emilio Botín ha sido un paradigma de lo que puede y debe esperarse de un empresario. Tenía naturalmente acrecentada la capacidad de percibir el objetivo más favorable para la empresa, y de ejecutar las acciones necesarias para alcanzarla. La alerta constante fue siempre una de sus notas distintivas.

Consciente de la legitimidad del fin empresarial del máximo beneficio, lo era también de la necesidad de devolver a la sociedad parte de aquello que su propia actividad empresarial le había proporcionado. No reparó en ayudas y atenciones a proyectos culturales, artísticos, deportivos, de investigación... Ayer mismo, cuando estaba entregando a Dios su vida, un grupo de invitados estábamos gozando de la belleza de un cuadro de Velázquez, La educación de la Virgen, propiedad de la Universidad de Yale (USA), en cuya restauración había participado significativamente el Banco de Santander.

La realidad de su Universia, pues suyo es el proyecto, ha abierto posibilidades a la actividad universitaria que habrían sido impensables bajo cualquier otra alternativa. Cooperación, globalidad, proyectos de dimensión supranacional eran conceptos que siempre tenía presentes; se sentía cumplidamente satisfecho cuando las realidades de unos resultados se hacían tangibles para sí y para sus directos beneficiarios.

Sin demagogias, pero sin ocultaciones, fue un claro defensor de la función social de la empresa que no atendía a la vieja distinción entre objetivos sociales, que corresponderían al sector público, y objetivos egoístas, que corresponderían al privado. Su magnanimidad quedará esculpida en su recuerdo. La Universidad llora hoy su silenciosa marcha.

¡Descanse en paz!

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