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Carlos Rodríguez Braun

Juncker y la derecha

Qué insensatas resultan las etiquetas políticas cuando lo que prevalece, como diría Hayek, es el socialismo de todos los partidos.

Qué insensatas resultan las etiquetas políticas cuando lo que prevalece, como diría Hayek, es el socialismo de todos los partidos.

En las crónicas sobre la elección del político luxemburgués Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea hubo un calificativo unánime: "De derechas".

El señor Juncker se opuso radicalmente a la austeridad, y afirmó que en Europa los gobiernos habían pecado por haberla practicado en exceso. Ahora ha llegado el momento de "impulsar el crecimiento y el empleo". ¿Cómo se hace eso? Pues muy sencillo: con más gasto público. Y Juncker, que es un señor de derechas, como nos insistían los medios de comunicación, propuso gastar en grandes cantidades, y esos medios se entusiasmaron con la idea de "movilizar" –que es como se dice ahora gastar, pero en plan guay– 300.000 millones de euros, nada menos. Asimismo, el nuevo presidente electo, de derechas, sugirió que habíamos ido demasiado lejos en el frenesí liberal y que había que intervenir más, por ejemplo, subiendo el salario mínimo.

Una forma de analizar este asunto es, naturalmente, subrayar su naturaleza disparatada. Los gobiernos no han sido los protagonistas de la austeridad, sino que se han lanzado a imponer la austeridad sobre sus súbditos, subiendo los impuestos. En ese proceso profundizaron la crisis y retrasaron la recuperación. No se impulsa el crecimiento y el empleo aumentando el gasto público, es decir, la presión fiscal, sino más bien al contrario.

Otra manera de verlo es comprender lo insensatas que resultan las etiquetas políticas cuando lo que prevalece, como diría Hayek, es el socialismo de todos los partidos. Lo comprobamos en nuestro país cuando Barbie subió los impuestos para defender el Estado del Bienestar, copiando punto por punto la barbaridad perpetrada antes por Smiley.

No tiene sentido, en efecto, insistir en que Juncker es de derechas cuando todas sus recomendaciones podrían ser perfectamente asumidas por la izquierda. Y los socialistas europeos hicieron efectivamente el ridículo negándose a apoyarlo cuando decía lo mismo que ellos.

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