Malas noticia para la economía española. La balanza por cuenta corriente, que mide las transacciones entre el conjunto del país y el resto del mundo, volvió a registrar tasas negativas, ya que España acumuló un déficit exterior de 9.900 millones de euros en el primer semestre del año, multiplicando casi por diez el déficit registrado en el mismo período de 2013 (1.000 millones), según los datos publicados este viernes por el Banco de España.
Este saldo negativo se debe, sobre todo, al reciente deterioro comercial que ha empezado a mostrar la economía española. En concreto, el déficit comercial se situó en 9.000 millones de euros entre enero y junio, frente a los 3.400 millones de un año antes, debido al mayor crecimiento de las importaciones (6,7% interanual) respecto al de las exportaciones (2,3%).
Por el contrario, la balanza de servicios siguió mejorando gracias, sobre todo, al superávit de 14.500 millones acumulado en turismo y viajes, ligeramente superior al del mismo período del año anterior (14.000 millones). La cuenta de capital, por su parre, se mantuvo más o menos estable en el primer semestre, con un superávit de 4.000 millones (3.900 millones en 2013).
Como consecuencia, España volvió a registrar una necesidad de financiación de 5.900 millones de euros, frente a una capacidad de financiación del pasado año de 2.900 millones. Es decir, el conjunto del país tuvo que recurrir nuevamente a deuda externa para poder financiar su nivel de consumo e inversión.
Se trata de un dato negativo, ya que la economía nacional acumula una elevada deuda externa como consecuencias de los excesos y errores de inversión cometidos durante la época de la burbuja inmobiliaria. El hecho de que España se vuelva a endeudar con el exterior dificulta, por tanto, el imprescindible proceso de desapalancamiento que debe llevarse a cabo para amortizar esa factura y sanear los deteriorados balances de familias, empresas y Administraciones Públicas.
En este sentido, cabe recordar que España logró cerrar su enorme brecha exterior a mediados de 2012 tras un intenso período de ajuste que ha sido fruto, por un lado, de una reducción importante de las importaciones y, por otro, de una creciente internacionalización de las empresas para incrementar las exportaciones.
El necesario ejercicio de austeridad protagonizado por el sector privado y la mejora de la competitividad empresarial se reflejó, a partir de entonces, en superávit por cuenta corriente. Dicho de otro modo, España empezó a autofinanciar su actividad (consumo e inversión), dejando así de depender del crédito exterior después de un largo período en el que el conjunto del país vivió de prestado.
Ese indicador supuso un positivo punto de inflexión y un auténtico brote verde. Tanto es así que España registró una capacidad de financiación de 14.733,6 millones de euros en 2013, lo cual implica que el país no sólo no se endeudó, sino que devolvió parte de su elevada deuda externa.
El modelo productivo apenas cambia
Sin embargo, el regreso del déficit exterior indica que España ha vuelto a recurrir a su tradicional modelo de endeudamiento en cuanto el consumo ha repuntado mínimamente, lo cual constituye una importante señal de alerta, tal y como avanzó Libre Mercado.
Las exportaciones aumentan ligeramente y se mantienen en máximos históricos, lo que significa que las empresas supervivientes de la crisis han reorientado parte de su modelo de negocio, y, además, el turismo sigue evolucionando muy bien.
Pero el problema radica en el incremento de las importaciones. Que las compras al exterior aumenten a ese ritmo, pese a registrar casi seis millones de parados y una abultada capacidad productiva ociosa, no es una señal positiva, ya que significa que España tiene que volver a endeudarse con el exterior para cubrir su demanda nacional.
El aumento del gasto interno no se traduce en una mayor producción interna, sino en un aumento de las importaciones, lo cual significa que España consume más de lo que produce y, por tanto, tiene que endeudarse con el exterior para poder financiar la diferencia. El repunte de la demanda interna podría ser positivo si, al mismo tiempo, aumenta la producción nacional en la misma cuantía o más, pero éste no es el caso, tal y como indica el déficit por cuenta corriente.
En última instancia, esa brecha indica que España tiene un problema de oferta. La economía nacional se mantiene a grosso modo instalada en las ruinas de la burbuja, de forma que cualquier incremento significativo del gasto interno únicamente nos permite aumentar aquello que estábamos capacitados para producir: ladrillo. Es decir, volver a 2008, a la burbuja inmobiliaria.
Sin embargo, dado que los españoles están muy endeudados y no desean gastar más en ladrillo, la mayor demanda interna se filtra, necesariamente, hacia las importaciones -producción exterior que sí es demandada, pero no producida, por los españoles-. España compra más fuera, pero sin vender más fuera, con el consiguiente incremento de la deuda externa en lugar de acelerar su devolución mediante la generación de un creciente superávit comercial.
España seguirá viviendo de prestado, dependiendo de la financiación externa, mientras el modelo productivo no cambie de forma sustancial para exportar más o para producir dentro parte de lo que ahora importamos.
Las previsiones del Gobierno se tambalean
Esa dependencia del exterior se traduce en un aumento de la deuda externa en lugar de más ahorro interno para amortizar dicha factura. El Gobierno, sin embargo, preveía una capacidad de financiación del 2% del PIB este 2014, equivalente a unos 20.000 millones de euros, gracias a que el motor exterior de España aportaría 0,6 puntos al crecimiento del PIB, tal y como refleja el último cuadro de estimaciones macroeconómicas elaborado por el Gobierno el pasado abril.
Sin embargo, los datos del primer semestre muestran una realidad muy distinta. El saldo exterior es, hasta el momento, negativo y, por tanto, ese motor se está frenando, con lo que su contribución al PIB se diluye y las previsiones oficiales sobre el crecimiento se empiezan a tambalear.