Con lo fácil que es guardar silencio y siempre hay quien, interpretando lo que pudiera haber en el consciente o subconsciente de un tercero, le condena en los foros públicos, para escarnio de próximos y extraños. Estoy hablando de las alusiones de Cándido Méndez a Juan Rosell en un curso de verano de la Complutense.
Lo hago de buen grado porque, precisamente, he criticado en un medio de comunicación las declaraciones a que se refiere el ugetista Méndez. Quiero decir con ello que no soy sospechoso de una apasionada fidelidad al pensamiento del Sr. Rosell, y menos aún a sus declaraciones; en este caso, para mí, altamente torpes y desafortunadas, además de, con toda probabilidad, erróneas.
Ahora bien, de eso a interpretar qué podía haber en la intención del señor Rosell al hacer semejante manifestación media un abismo. El señor Méndez, eso sí, con un gesto de modestia caritativa acorde con el foro académico en el que se encontraba, se adornaba entre las interpretaciones posibles de la declaración de Rosell sobre el millón de amos y de amas de casa inscritos en las listas del desempleo para percibir un subsidio.
Repito que me parece desafortunada la declaración del presidente de la CEOE, pero eso no autoriza a Méndez a sostener que estaba "culpando a los parados del aumento del paro".
Yo, francamente, no tengo la mínima información para saber qué quería decir Rosell en su declaración; sólo sé lo que dijo y con eso me basta para criticar sus palabras, por desafortunadas y probablemente por erróneas. Sin embargo, no me duelen prendas en culpar a la acción de los sindicatos, que se supone deberían apostar por el empleo, como generadora de los niveles de paro en los que se mueve la nación; se han convertido en el verdadero cáncer económico y social de nuestra economía.
En España, los sindicatos, guiados por ideología, que no por el interés de los trabajadores, no piden, no reivindican, sino que exigen con contundencia y, en no pocas ocasiones, acompañados por un grupo de descontrolados, aplican violencia extrema, que en cualquier país, sería una acción punible. Aquí, simplemente, impide la inversión empresarial y la creación de empleo. La negociación colectiva (gran monopolio sindical) ha sido un instrumento claro de generación de desempleo. ¡Cuántas empresas habrán cerrado por la dichosa negociación!
Y qué decir del parado, del excluido (el de larga duración) que no encuentra horizonte ni dispone de formación que le permita incorporarse al mundo del trabajo. ¡Formación! Patrimonio exclusivo de centrales sindicales y empresariales, aunque ninguna razón haya para ello. ¿Para qué hablar del escandaloso resultado?
En fin, señor Méndez: interprete la acción sindical y no se entretenga en la que pueda corresponder al decir del señor Rosell.