La teoría es simple. Tan simple que cualquiera la puede entender. La gran culpable de nuestra tasa de paro estratosférica sería la legislación laboral. Demasiado "rígida", por lo visto. Sin embargo, la teoría es tan simple como falsa. Porque la legislación laboral no tiene nada que ver con el desempleo. España gozó de una tasa de paro igual a cero con la legislación laboral más rígida del mundo a mediados de los años sesenta del siglo XX. Y esa misma España fue capaz de crear cinco millones de empleos con la legislación laboral casi más rígida del mundo durante los primeros siete años del siglo XXI. Esas cifras y porcentajes también son simples. Tan simples que hasta el doctrinario más obtuso las podría entender. No, la legislación laboral no tiene vela en ese entierro.
Pero, entonces, ¿cuál es el problema? El problema, y habrá que repetirlo un millón de veces, se llama productividad. Por lo demás, celebrar a bombo y platillo, como hoy, que nuestro modelo productivo vuelve a fabricar mileuristas en serie es celebrar a bombo y platillo la muerte por asfixia del Estado del Bienestar. Lo decía Machado, todo necio confunde valor y precio. Y es que el valor de los servicios educativos y sanitarios financiados con impuestos que reciben esos trabajadores excede con mucho el monto de sus aportaciones fiscales al sistema. Un desequilibrio que devendrá insostenible a medio plazo. Cada nuevo mileurista que anuncia con alborozo el Gobierno supone una nueva espada de Damocles sobre las cuentas públicas. Nos estamos engañando. Otra vez.
Si retornamos a lo de siempre, a crear puestos de trabajo de ínfima productividad en la hostelería, el turismo y el comercio al por menor, no habrá futuro para España. Ninguno. Solo llegaremos a ser algo parecido a un país europeo si nuestro sistema productivo tiende a resultar parejo a los de los países europeos. Así, cada vez que en la prensa se anuncia una plaza de camarero andamos un poco más lejos de Europa. La maldita productividad, no hay más secreto que ése. Zapatero, es sabido, fue un desastre. Pero Aznar también fue otro desastre. Y eso es menos sabido. Entre 1995 y 2007, todos los países de la UE aumentaron su productividad. Todos excepto España. Nosotros, suprema hazaña, nos las arreglamos para que disminuyera. ¡Un trabajador español promedio producía menos en 2007 que doce años antes! Éramos el cangrejo de Europa y estábamos encantados de habernos conocido. Y ahora volvemos a las andadas. Mal asunto.