Dentro de apenas unas horas se va a producir un acontecimiento que dejará obsoletos, ya inservibles de por vida, los manuales con que aprendieron su lúgubre ciencia los economistas académicos del mundo todo. Rueda de prensa mediante, Draghi, el del BCE, va a hacerles saber en su muy correcto inglés que por el mar corren los peces y por el monte las sardinas. Igual que en su día Copérnico explicó al común que la Tierra orbitaba en torno al Sol, no viceversa, don Mario les revelará que los tipos de interés de un banco pueden ser negativos. Esto es, que el segundo gran prestamista del planeta no solo no piensa pagar ni un céntimo de intereses a cuantos clientes deseen guardar dinero en su caja fuerte, sino que ha decidido cobrarles por ello. El mundo al revés. Y los ideólogos oficiales de la crisis, con el culo al aire. Porque esa insólita decisión de Draghi deja desnudo al rey. Y es que, a partir de ahora, ¿con qué cara volverán a explicarnos el cuento del efecto exclusión los expertos?
Recuérdese, la doctrina canónica sostiene que todo el dinero que absorbe el Estado a través de la deuda pública, la misma que compran los bancos a raudales, se detrae de la economía productiva. Cada euro que pide prestado el Gobierno, pues, sería un euro hurtado a los empresarios privados que ansiaban invertirlo en actividades creadoras de riqueza. Pero Draghi va a demostrar dentro de un rato que ese relato era más falso que los duros sevillanos. El Leviatán no compite con los particulares por obtener financiación. Si ello fuera cierto, los bancos privados no tendrían a estas horas 29.500 millones de euros depositados en la caja fuerte del Banco Central Europeo. Repito, 29.500 millones de euros criando telarañas en un sótano de Frankfurt. Esos fajos de billetes se amontonan ahí, muertos de risa, por una razón prosaica: porque nadie quiere pedirlos prestados; nadie medianamente solvente, se entiende. Ni efecto exclusión ni niño muerto, lo que no hay es clientes que quieran endeudarse, para consumir o para invertir en lo que sea.
Reténgase otro dato: la banca española ha adquirido deuda pública por un monto de unos 190.000 millones de euros. Y resulta que hasta el último euro ha salido del Banco Central Europeo, hasta el último euro. El BCE les ha prestado eso y mucho más; en concreto, 388.000 millones. ¿Dónde está, pues, el famoso efecto exclusión? En ninguna parte. Es una leyenda urbana, otro cuento chino. La verdad es muy otra, a saber, que las solicitudes de crédito con destino a nuevas inversiones resultan ser iguales a cero. Hoy, lo único que se demanda en los bancos es capital circulante, el dinero justito para ir tirando con el negocio de siempre. Y punto. El causante de la huelga de inversiones no es el racionamiento del crédito. Y ello porque la nuestra es una crisis muy particular, una crisis de balances como la que asola Japón desde hace dos décadas. Y en una crisis de balances el objetivo de las empresas no consiste en maximizar los beneficios sino en minimizar las deudas. En una crisis de balances nadie quiere crédito. Y nadie significa nadie. Razón de que las tasas de interés enanas y las inyecciones masivas de liquidez resulten inanes. Lo dicho, el rey está desnudo.
José García Domínguez
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El rey está desnudo
¿Con qué cara volverán a explicarnos el cuento del efecto exclusión los expertos?
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