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José T. Raga

El señor Draghi y la inflación

El señor Draghi debe andar con cautela, porque políticas de demanda pueden traducirse en simple elevación de precios, sin crecimiento de las rentas.

Seguramente es lo que pide la sociedad europea, pero a algunos los dedos se nos hacen huéspedes y, aunque la opinión pública vaya por ese camino, creemos que no se debe eludir, menos aún por parte de las autoridades llamadas a tomar decisiones, una labor pedagógica para que la opinión, de existir, sea consciente y rigurosa.

Los autores clásicos y neoclásicos del pensamiento económico vivieron con ansiedad permanente la consecución del equilibrio económico, y la estabilidad de los precios. Cualquier tendencia en sentido contrario, bien fuera esta de carácter inflacionario o deflacionario, provocaba honda preocupación, como signo de una enfermedad encubierta en el sistema económico que había que descubrir y tratar de resolver.

Sería John M. Keynes el que atenuaría su preocupación, en el caso de los procesos inflacionarios, al encontrar en ellos alguna ventaja económica que bien podría compensar la lógica inquietud, cuando la economía se viera afectada por tales situaciones. Las ventajas, que podrían justificar la tolerancia con las tendencias inflacionistas moderadas, era ese optimismo que resulta inherente a la ilusión monetaria propia de la inflación: el constatar que, al menos en términos monetarios, parece ser que las decisiones económicas pocas veces pueden resultar equivocadas.

Al fin y al cabo, el gasto de hoy, en inversión o en consumo, se confirmará mañana acertado, cuando se constate que su precio, en uno u otro caso, es superior al del momento en que se realizó. De aquí el principio de preferencia por el gasto presente frente al futuro. En el caso del gasto en inversión, producto de ese optimismo por el incremento del valor, tanto de los activos materiales como de los stocks en mercancías, conducirá a incrementar el empleo en el proceso productivo y con él la producción de bienes y servicios, es decir, de rentas.

Esa benevolencia de Keynes hacia la inflación –repito que moderada– le hizo ganarse, a mi juicio de forma injusta, el calificativo de "economista inflacionario".

Se preguntarán que a qué viene todo esto. La respuesta es clara: el señor Draghi, presiente del Banco Central Europeo, se está haciendo acreedor a que, desde mi humildad, le confiera aquel apelativo que consideraba injusto para Lord Keynes.

A decir del presidente del BCE, y de aquí que su preocupación sea también la mía, la inflación en la Unión Europea está siendo muy tenue, por lo que habría que proceder a inyectar dinero en el sistema y a disminuir los tipos de interés para incentivar el gasto; una medida peligrosamente inflacionista. El señor Draghi debe andar con cautela, porque políticas de demanda pueden traducirse en simple elevación de precios, sin crecimiento de las rentas, como se enfrenten a ofertas inelásticas, consecuencia de la rigidez de los mercados de recursos: trabajo, capital, energía, etc.

No quisiera que tuviéramos que lamentar la medida prevista para junio. Sinceramente, a mí me gustan más las políticas de oferta, generadoras de crecimiento con estabilidad de precios.

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