Suponga que tiene que elegir entre las siguientes distribuciones de caramelos. La primera supone un caramelo para usted y otro para otra persona, la que sea (1-1). Otra distribución posible es dos caramelos para usted, tres para la otra persona (2-3). O imagine estas otras dos posibles distribuciones: 1-0 y 2-2. En principio, supondríamos que todo el mundo elegiría 2-3 en la primera opción y 2-2 en la segunda. Bien porque somos egoístas (nosotros ganamos más en estas distribuciones) o por pura generosidad (la otra persona también está mejor que con las alternativas). Sin embargo, cuando se propone esta elección a niños de entre cuatro y siete años eligen 1-1 y 1-0. Es decir, prefieren la pobreza a la riqueza siempre y cuando ello implique igualdad o una desigualdad a su favor (Bloom, Sheskin y Wynn). Los niños son peores que egoístas: son igualitarios.
Los socialistas suelen criticar a los liberales por su egoísmo, pero al preferir la igualdad en la pobreza antes que una mayor riqueza para todos aunque repartida de forma desigual, los socialistas manifiestan ser como niños. Es decir, mucho peor que egoístas: igualitarios.
En Así habló Zaratustra Nietzsche arremetió con su estilo intempestivo y tempestuoso contra los ídolos de barro de una modernidad que queriendo matar a dios finalmente no hizo sino confirmar lo que Chesterton advertiría poco después:
Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo.
En el capítulo denominado "De las tarántulas", Nietzsche retrata a los predicadores del ídolo igualitario:
¡Mira, ésa es la caverna de la tarántula! (...) Venganza se asienta en tu alma (...) Así os hablo en parábola a vosotros los que causáis vértigos a las almas, ¡vosotros los predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois vosotros para mí, y vengativos escondidos! (...) Vosotros, predicadores de la igualdad, la demencia tiránica de la impotencia es lo que en vosotros reclama a gritos la igualdad: ¡vuestras más secretas ansias tiránicas se disfrazan, pues, con palabras de virtud! Presunción amargada, envidia reprimida.
El nuevo predicador de la igualdad se llama Thomas Piketty y ha sido jaleado desde la izquierda como el nuevo fustigador de los millonarios en aras de la igualdad que, según el economista francés, estaría aumentando a pasos agigantados en el mundo, lo que supondría un peligro para la estabilidad y la prosperidad global. ¿Su solución? Castigar a los más ricos a través de una elevación de la presión fiscal hasta el 80%, lo que llevaría a un control por parte del Estado de dos tercios del PIB.
Elevándose sobre los hombros justicieros de Karl Marx (aunque haya llamado a su libro Capital en el siglo XX, en lo que parece un homenaje al filósofo alemán, el economista francés ha renegado de su parentesco intelectual con el marxismo), Thomas Piketty renueva el espíritu confiscador envuelto en la lucha de clases que fue la característica de la izquierda totalitaria. para implantar un control absoluto sobre la sociedad civil a través del monopolio de la violencia que cada vez detenta con más impunidad el Estado.
Decía Keynes que las ideas de los filósofos, tanto cuando son equivocadas como cuando son correctas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En este sentido, todavía estamos bajo la influencia del combate intelectual entre Nietzsche y Marx sobre el destino de la civilización occidental. Y del mismo modo que Bernard Williams reinterpretó a Nietzsche como un apóstol de la verdad y la veracidad, los liberales podemos investirnos del talante moral de Nietzsche en su denuncia del igualitarismo rampante que amenaza con destruir nuestro valor más preciado: la libertad. Como ocurrió en el siglo XIX, es de nuevo Nietzsche el que nos advierte en otro lugar del Zaratustra (el capítulo "Del nuevo ídolo"):
Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: Yo, el Estado, soy el pueblo.
O dicho a la manera de aquel anuncio del Ministerio español de Economía: "Hacienda somos todos". Aunque, como dirían los cerdos comunistas de Rebelión en la granja, y podría hacer suya la sentencia Montoro, "unos somos más Hacienda que otros"... Para Montoro y Piketty tiene listo Nietzsche su aguijón:
¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero –¡esos insolventes!
¿Es realmente la desigualdad tan problemática? Antes de nada hay que dejar claro que esta es una cuestión moral y política antes que económica. Y en la cuestión de la igualdad estamos atrapados como moscas en la botella de las intuiciones económicas innatas, que desempeñaron un papel en la distribución de los recursos cuando se asentaron en nuestra especie pero que en nuestras sociedades complejas son no sólo irrelevantes sino contraproducentes para comprender la economía capitalista globalizada. Tanto como las intuiciones matemáticas innatas para asimilar las geometrías no euclídeas o el mundo físico como nos lo muestran los sentidos para llegar a entender la mecánica cuántica. Desde el punto de vista liberal, la desigualdad no es un problema siempre y cuando en su realización se cumplan las tres condiciones que estableció John Rawls: que se parta del esquema más amplio de libertades que no interfiera con las libertades de los demás; que la igualdad de oportunidades sea equitativa y no meramente formal; que favorezca sobre todo a los más desfavorecidos.
Se cuenta en la tradición judía que un día un ángel se presentó a un hombre envidioso y le dijo que le daría lo que quisiera pero que a su vecino le concedería el doble de lo mismo. Entonces el envidioso no tardó ni un minuto en solicitarle al ángel que, por favor, le arrancase un ojo. Ahora Piketty le solicita al ángel estatal un impuesto sobre la riqueza, progresivo por supuesto...