Gary Becker, economista, premio Nobel, murió el pasado sábado a la edad de 83 años. Su vida se pareció a las de muchos otros profesores: cambios de universidad, obras, polémicas con otros autores… Pero tiene también un doloroso episodio en el que lo personal y lo profesional se entrelazan. El año en que decidió volver a la Universidad de Chicago, su mujer se suicidó. Ella temía el efecto que le produciría el duro clima de Illinois en su delicada salud. Y Becker empezó a estudiar la familia con los instrumentos de la economía.
Para contar quién ha sido Gary Becker, nos vamos a retrotraer a unos pocos años antes de que él naciera. Nos vamos hasta Frank Knight, quien leyó y estudió en profundidad la principal obra de Carl Menger, sus Principios de Economía. De ellos extrajo el concepto de coste como el valor de los cursos de acción no tomados por la persona. "Vivir, en el plano humano, es elegir", dijo Knight en su seminal Riesgo, incertidumbre y beneficio (1921). Knight y su obra fueron claves en la creación de la Escuela de Chicago; es uno de sus fundadores, si no el principal. Y de su mano hay una tradición del estudio de la relación ente la utilidad, el coste y la asignación de los recursos, un concepto lleno de prejuicios sobre los que no vamos a detenernos. Porque lo importante, ahora, es que entre quienes trabajaron en este conjunto de problemas de la microeconomía dentro de la Escuela de Chicago estaba Gary Becker. A estas cuestiones dedicó gran parte de su obra científica, y a ellas debe, también en parte, el premio Nobel.
Una idea relativamente sencilla, que ahora es moneda común, ocupó su tesis doctoral. El marxismo, bien lo sabemos, siempre ha tenido una relación conflictiva con la ciencia. Y el marxismo popular es poco más que un conjunto de comentarios de bar conspiranoicos: el empresario roba al trabajador, la gente piensa en función de lo que le interesa, los grandes intereses privados dominan la política, etc. Uno de esos saberes de almanaque que conforman el marxismo popular dice que los empresarios discriminan a los trabajadores para beneficiarse de algún modo. Gary Becker demostró que eso no es así. Si un empresario cercena parte de su clientela potencial porque no quiere compradores de otra raza está quitándose oportunidades de negocio. Ocurre lo mismo si no contrata a una persona con una especial valía también por el color de su piel. Pierde el valor extra que le habría aportado ese trabajador. Precisamente por ello, tal como observó Becker en su tesis doctoral, la discriminación tiene menos incidencia en los mercados abiertos y libres. Los racistas congruentes son expulsados del mercado.
Esta cuestión suponía ya extender el análisis económico un poco más allá del ámbito en el que se había movido. Becker, más que cualquier otro economista, ha asociado su nombre con lo que se ha llamado imperialismo económico, que es la extensión del análisis económico a otros ámbitos de la vida que no son estrictamente económicos. La microeconomía, la ciencia del comportamiento individual, es a ojos de estos autores una caja de herramientas adecuada para cualquier aspecto del actuar del hombre. Por eso se puede aplicar, y se ha aplicado, a ámbitos como el crimen, la familia, la ciencia, la felicidad, la política, la religión...
Por ejemplo, Becker se planteó, a mediados de los años 60, la decisión de cometer o no un crimen en términos de beneficios y costes. De nuevo, el economista rompió la baraja. Hasta entonces, la decisión de delinquir se había achacado a otros conceptos, como la falibilidad moral, las enfermedades mentales o la opresión de la sociedad. Evelyn Waugh, por ejemplo, dijo: "Todo crimen se debe al deseo reprimido de una expresión estética". Una interesante teoría sobre el crimen, o un honesto ejercicio de autocrítica sobre sus novelas, no lo sabemos. Becker está muy alejado de Waugh. El criminal, se planteaba el economista, es racional, y también lo son sus acciones. El crimen, en determinadas circunstancias, es racional desde el punto de vista económico. Y si queremos reducirlo tenemos que considerar esas circunstancias. Con esta idea, creó toda una nueva rama de la economía.
El método es un diálogo entre lo microeconómico y el análisis estadístico. Becker, como Milton Friedman y como otros muchos economistas, asumió que la economía era una ciencia entre la razón y el empirismo, y que los datos históricos, convenientemente pasados por la comprobación estadística, contribuirían a mejorar la ciencia económica, descartando algunas teorías, reforzando otras. Luego la realidad es más compleja. Puede ocurrir que, a partir de lo que se observa, o parece observarse, se construya una teoría económica, o con una base en el comportamiento económico, ad hoc. Esta es la sensación que me dio la lectura del libro de Gary Becker La economía de la familia. Esa, y la de que había leído uno de los peores libros que llegaría nunca a leer de cabo a rabo.
Quizás mi impresión fuera entonces injusta. Pues es verdad que hay conceptos como bien, escasez, valor, coste, beneficio o bien de capital que son propios de la acción humana, y no sólo de la acción económica. Y no se puede estudiar una institución como la familia desconociendo esos ámbitos de nuestro actuar. Por otro lado, gran parte de las decisiones que tomamos tienen carácter económico. Sea como fuere, Becker llevó a la familia, primero en dos artículos de mediados de los años 70 y luego en un libro (1981), el análisis económico. En su obra plantea la seducción y la búsqueda de pareja como una inversión a largo plazo en la que, en un modelo de equilibrio, beneficio marginal y coste marginal se igualan. Si usted no cree haber pasado por esa experiencia, tendrá todos los elementos para decir que estos economistas se han vuelto locos. Es cierto que es un ejemplo de hasta dónde se puede llevar el modelo neoclásico, tan lato en su comprensión del hombre, al absurdo. Pero también lo es que no debemos echar por el desagüe todas las contribuciones de la economía de la familia, ni las de Gary Becker ni las de sus seguidores, especialmente en cuestiones como la decisión de tener más o menos hijos o las referidas al reparto de tareas en casa. También encuentra una explicación en la solidaridad entre los miembros de una familia, más allá del amor que se puedan tener, en los intereses egoístas de todos ellos.
Discriminación, crimen, familia... y aún queda un ámbito, el del capital humano. Becker incidió en que la educación es una inversión que nos acompaña, y estudió su rentabilidad a largo plazo. El capital humano marca la segunda mitad del siglo XX como pocos aspectos del desempeño económico. La evolución de la población es uno de ellos. Y a él también se dedicó el economista chicaguense.
Escribió una columna económica en Newsweek durante dos décadas. Y desde 2004 era autor, con Richard Posner, de un celebrado blog de Economía. En 1992 recibió el premio Nobel de Economía. Fue el economista de la frontera, de la frontera de la ciencia económica.