Algunos medios hablarán este lunes sobre la muerte de un apostol del capitalismo, de un miembro de la Escuela de Chicago, como Milton Friedman y otros malvados neoliberales. Ustedes pueden creer, una vez más, al pensamiento unico. O descubrir a uno de los grandes de la Economía del último siglo: Gary Becker.
Es curioso que gocen de crédito doctrinas que quisieron explicar historia, economía y sociedad prescindiendo del ser humano. El determinismo histórico, las relaciones de producción o las variables macroeconómicas han justificado históricamente el desprecio a la voluntad de las personas, víctimas de cuantas operaciones de ingeniería social se han realizado en nombre del progreso.
Gary Becker supo desde muy pronto que no era posible entender la economía sin entender al ser humano. Y sin respetarlo. Hay quien sostiene que el individuo es poco más que una creación cultural o una ilusión ideológica. Becker no solo rechaza esta visión, sino que reconoce al individuo como ser racional en todo tiempo y lugar.
Adam Smith habló del interés propio constatando que, en presencia de un adecuado marco institucional, la mejor manera de mejorar la propia condición consiste en proporcionar a los demás los bienes y servicios que precisan. Solo ignorando o despreciando la obra del insigne escocés puede alegarse que ensalzaba el egoísmo como doctrina y que su visión del mercado era la de una jungla en la que se mata o se muere.
A Becker le ocurrió algo similar. Si Smith proclamó que la riqueza de las naciones no estaba en el oro y la plata que poseían, sino en el trabajo que sus integrantes realizaban, Becker apreció el capital humano como clave en el progreso y el bienestar. La moderna visión del desarrollo debe mucho a Becker cuando constata que la calidad del capital humano y el marco institucional son más relevantes para el progreso económico que los recursos naturales o los factores geoestratégicos.
Becker sostuvo que los individuos toman decisiones racionales. Y constató que las personas hacen un cálculo coste-beneficio no solo cuando compran una vivienda, sino también en los más variados actos de sus vidas personales. Son célebres sus rigurosos estudios sobre familia y matrimonio, así como los relativos a la criminalidad y las normas que la desincentivan. El propio interés no consiste en la simple búsqueda del beneficio económico. Pero hay que entender que los individuos tienen preferencias, y que, como seres racionales, actúan conforme a ellas.
Gary Becker representa el dinamismo de las doctrinas que, por saber al ser humano protagonista de la historia, entienden las formas en que los individuos tratan de mejorar su condición. Consideró trascendental el conocimiento de los efectos benéficos de la competencia no solo –una vez más– en el área estrictamente económica, sino en otras como la religión, la educación o la información. Entendió la competencia como "fundamento de la calidad de vida, y vinculada a los aspectos más trascendentes del ser humano".
Obras como Economía de la discriminación (1957), El capital humano (1964) y Tratado sobre la familia (1981) reflejan esta constante búsqueda de soluciones. Hasta tiempos cercanos formuló propuestas sobre temas candentes, como la secesión y la inmigración. Siempre buscando las fórmulas más compatibles con la libertad humana y el bienestar: lo que ahora llaman un maldito neoliberal.
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