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La trampa de las estadísticas sobre "desigualdad" y "pobreza relativa"

Este tipo de indicadores miden la "pobreza relativa", que poco o nada tiene que ver con lo que la gente entiende normalmente por pobreza.

Las diferentes polémicas estadísticas surgidas en España a tenor del estudio de la pobreza y la desigualdad ponen de manifiesto la complejidad de estudiar estas cuestiones. Con ánimo de enriquecer el debate, resulta especialmente interesante acudir al trabajo de expertos como Kristian Niemietz, autor de influyentes e innovadores estudios dedicados a esta materia.

De entrada, sus trabajos suelen subrayar la importancia del largo plazo a la hora de evaluar el bienestar socioeconómico. Como muestra la siguiente gráfica, el progreso alcanzado en los dos últimos siglos ha permitido que numerosos países experimenten un salto adelante en materia de desarrollo. Esta mejora se expresa en términos reales y absolutos, lo que significa que se descuenta la inflación y que el criterio es homogéneo y constante.

No obstante, este progreso ha sido desigual y ha dependido de las recetas económicas seguidas en cada caso. Hace medio siglo, las diferencias entre países tan dispares como Haití, Nicaragua, Chile, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong no eran muy significativas. Cincuenta años después, la situación ha cambiado de forma radical, como muestra la siguiente gráfica, consagrada a medir la evolución del PIB per cápita en términos reales.

Dicho esto, incluso los países de mayores ingresos siguen registrando tasas de pobreza y desigualdad que preocupan a muchos observadores. ¿Cómo explicamos esto? Según Niemietz, el secreto radica en conocer la naturaleza relativa de estos indicadores. En ambos casos, el empeoramiento o la mejora de la tasa registrada no se mide en base a un criterio fijo, sino comparando a unos grupos de población con otros.

Para entenderlo mejor, imaginemos que A y B son dos personas de ingresos bajos. Supondremos ahora que A crea su propia empresa y se convierte en un empresario de éxito, multiplicando su renta por diez. Al mismo tiempo, B consigue un ascenso y llega a un puesto de mando intermedio, triplicando su sueldo. Partiendo de unos ingresos iniciales de 1 euro para ambos, la retribución de A llega ahora a 10 euros y la de B ha subido hasta los 3 euros.

A priori, el escenario anterior plantea una mejora del nivel de vida de ambos. Sin embargo, el resultado en términos de "desigualdad" acabará siendo negativo, ya que antes no había diferencial de ingresos y ahora hay una discrepancia de 7 euros. Así, una buena noticia para ambos queda registrada en la estadística como un paso atrás en materia de desarrollo.

¿Qué ocurre con la medición de la pobreza en el caso anterior? Como a menudo se mide de forma relativa, su comportamiento seguirá un camino similar al de la "desigualdad". Así lo muestra este gráfico de Niemietz, en el que vemos la fuerte correlación entre las mediciones de ambos indicadores para Reino Unido, durante el periodo comprendido entre 1961 y 2008.

Comprendiendo todo lo anterior, parece más sencillo entender el secreto de estos indicadores a los que se recurre a menudo para evaluar la situación socioeconómica de uno u otro país. Tomando el ejemplo del Reino Unido, las cosas quedan más claras: Niemitz elimina el gasto en vivienda y analiza el periodo comprendido entre 1961 y 2008, determinando que la "pobreza absoluta" se redujo por cuatro mientras que la "pobreza relativa" saltó del 20% al 25%, un aumento también presente en las tasas de "desigualdad".

Para el mismo periodo, los ingresos reales de los grupos de menor renta aumentaron de forma progresiva, dando sentido a la mejora del dato de "pobreza absoluta" y evidenciando la trampa de los indicadores subjetivos ("pobreza relativa" y "desigualdad").

La desigualdad de consumo

El estudio de Niemietz plantea también la importancia de medir la desigualdad según un criterio de consumo y no de acuerdo con el ingreso obtenido. El experimento es muy interesante, pues revela la mejora de la capacidad adquisitiva que se produce conforme la competencia lleva al abaratamiento de bienes y servicios. Así las cosas, si viajamos a la Gran Bretaña de 1957, vemos que la compra de comida y ropa se llevaba el 43% de la renta disponible en hogares de ingreso medio; cuarenta años después, este indicador es del 23% entre el 10% más pobre.

Viajando a Estados Unidos, otros informes arrojan la misma conclusión. Por ejemplo, el coste acumulado de comprar una lavadora, una secadora, un lavaplatos, una nevera, un congelador, una televisión en color y una aspiradora es ahora seis veces menor que en 1959. Entonces, el trabajador medio compraba estos bienes con la remuneración de 766 horas laborales; ahora, esta cifra ha caído a 134.

Lo que antes suponía cinco meses de salario hoy cuesta menos de uno. Es por datos así que el economista James Sullivan ha subrayado que "la desigualdad de consumo acumula décadas de fuertes descensos. Las ratios actuales son entre dos y tres veces más bajas que hace medio siglo".

El empleo, receta contra la pobreza

Aunque rara vez se consideran estos factores, las circunstancias individuales tienen una influencia muy notable en la incidencia de la pobreza. De entrada, los estudios de Niemitz muestran que el trabajo es una variable especialmente influyente a la hora de determinar la situación socioeconómica. Esto vendría confirmando una máxima enarbolada por diferentes analistas, según la cual no hay mejor política social que crear empleo.

Pues bien, si acudimos a los cálculos de pobreza de Niemitz y analizamos la situación personal, vemos que el desempleo afecta a más del 50% de las personas analizadas. De hecho, en aquellos hogares donde uno o ambos cónyuges tienen trabajo, la tasa de pobreza no llega al 2%.

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