Ora et Labora. Esto es lo que desde hace siglos llevan a cabo en el interior de sus abadías los monjes trapenses que desde su fundación siguen la milenaria Regla de San Benito. Y esta forma de vida tan sencilla y a la vez tan compleja ha producido un fruto que millones de personas han degustado y disfrutado durante los últimos siglos.
Rezar y trabajar. Porque trabajar es también rezar. Este modo de vida en monasterios aislados del bullicio de la sociedad actual se ha convertido también en un modelo de negocio digno de estudio y que ha hecho de los productos trapenses todo un éxito mundial. Los quesos, chocolates, licores pero sobre todo sus cervezas son las que hacen que sus productos lleguen a estar colocados en la sección gourmet de los supermercados y sus bebidas estén consideradas como las mejores del mundo.
Los miembros de la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, conocidos popularmente como trapenses, se levantan antes del amanecer para empezar el día con la oración litúrgica y vuelven periódicamente a la iglesia a lo largo del día para seguir rezando juntos. Durante el trabajo diario, en el que cada monasterio tiene una especialidad específica, procuran mantener un ambiente de silencio que les ayude a crecer en la oración continua.
Trabajar rezando y por tanto ofreciendo a Dios el mejor de sus esfuerzos es la clave de su éxito. El empresario y escritor August Turak, que conoce muy de cerca a los trapenses, relataba a un grupo de estudiantes estadounidenses que no hay nada más importante para ellos "como el equilibrio de su vida personal y su vida espiritual: todo es uno".
"Siempre orando, siempre trabajando"
Estos monjes se alejan mucho del estereotipo de fraile orondo y borracho que elabora cerveza que hay en el imaginario popular sino que su trabajo se convierte en un camino de perfección que les lleva hacia Dios. "Para un monje trapense, la oración y el trabajo son indistinguibles", recuerda Turak porque "siempre están orando, siempre están trabajando", dos prácticas que no pueden separar.
Este enfoque enseña a los monjes no a asegurarse el éxito sino a dejar que el éxito llegue mediante el cultivo de un ambiente realmente centrado en el servicio que transforma a la persona por lo que la vida en comunidad se convierte en indispensable para ellos.
Es en este punto donde de manera indirecta surge este éxito empresarial. Esta vida que les transforma, en la que dejan de ser uno para ser una comunidad y en la que dejan de ser el centro para ser parte de algo más grande les lleva a ser 'fanáticos' en el "servir" y a dedicar toda su vida a la elaboración de estos productos.
No es nada sencillo para ellos sino que tras cientos de años y con un ofrecimiento total al servicio en el trabajo durante toda una vida se puede llegar a conseguir la excelencia. En definitiva, para los trapenses la excelencia no es otra cosa que un habito tras una práctica continuada del esfuerzo y de la entrega generosa.
Precisamente, pese a su éxito los monjes tienen presente esta entrega generosa y generar beneficios no forma parte de sus objetivos con la fabricación de la cerveza pese a que facturan decenas de millones de dólares. Una parte de los beneficios se destina al mantenimiento de los monjes y al de la abadía mientras que el resto se destina a obras caritativas, a las personas necesitadas y al desarrollo del entorno en el que se enmarca el monasterio trapense. Se convierten, por tanto, en un elemento de crecimiento para la población local.
Durante siglos cada monasterio ha hecho su propia cerveza, con su propio estilo y con sus secretos particulares Sólo los monjes que la elaboran lo conocen y es lo que las hace tan especiales. Una cerveza trapense de un monasterio francés es completamente diferente de uno belga a excepción de la calidad.
Pero este éxito ha provocado que muchos se aprovechasen del apelativo "trapense" por lo que tras la Segunda Guerra Mundial quisieron proteger su denominación de origen y lo consiguieron. Tan sólo en diez monasterios se produce la verdadera cerveza trapense y llevan a cabo una producción limitada que no merme la calidad y aumente su valor.
Tan sólo están reconocidas como cervezas trapenses aquellas que han sido fermentadas dentro de los muros del monasterio y bajo la dirección de los monjes. Además, deben ser comercializadas por la comunidad monástica y tienen que tener una finalidad económica no lucrativa, es decir, benéfica, gracias a sus numerosos ingresos por la venta de una cerveza de fama internacional.
Sólo diez cervezas llevan el logotipo oficial trapense en sus etiquetas: Chimay, Achel, La Trappe, Orval, Rochefort, Westmalle, Westvleteren, Engelszell, Zundert y Spencer. Son sobre todo belgas, pero también las hay holandesas, francesas, austriacas e incluso una estadounidense.
Quiénes son los trapenses
La Orden de la Trapa es una orden religiosa nació como una ramificación de la Orden del Císter y que a su vez se originó de la Orden de San Benito, de donde cogen su famosa regla al igual que hicieron numerosas órdenes religiosas.
El nombre surge debido a que la orden nació en el monasterio francés de la Trapa, situado en la Baja Normandia. En 1664 su abad, Armand Jean le Bouthillier de Rancé encabezó una reforma del Císter a la que pertenecía el monasterio renunciando a las dispensas obtenidas por la Santa Sede para así retornar a la primitiva observancia y a la regla original de San Benito, de ahí que en su nombre oficial aparezca lo de Estricta Observación.
La cerveza fue elaborada en monasterios franceses siguiendo la Estricta Observación y más tarde empezó a ser introducida en los monasterios belgas. Elaboraban la cerveza para poder sufragar sus labores y mantener los monasterios aunque muchos de ellos fueron destruidos durante la Revolución Francesa o las dos guerras mundiales. Pero sin duda, los trapenses fueron los más activos en cuanto a producción de cerveza, tradición que han mantenido hasta hoy y que les ha llevado a la excelencia gracias a su Ora et Labora.