Por primera vez en su historia reciente, la economía española amortizó deuda en términos netos durante el año 2013: en concreto, a cierre de 2013 familias, empresas y administraciones públicas adeudaban 2,822 billones de euros, frente a los 2,86 que les correspondía devolver a finales de 2012. Un recorte, pues, de unos 38.000 millones (cerca del 3,8% del PIB), cuyo mérito cabe imputar íntegramente a familias y empresas, y cuyo demérito corresponde por entero a nuestros políticos.
A la postre, y a pesar del desangrado fiscal promovido por este Gobierno, las familias consiguieron minorar sus pasivos en más de 46.000 millones y las empresas en casi 70.000. Un holgado desapalancamiento que, empero, apenas bastó para absorber la nueva losa de deuda de 77.000 millones que Montoro y sus virreyes autonómicos cargaron sobre nuestras espaldas. De hecho, durante los próximos meses asistiremos a una circunstancia inédita en toda nuestra crisis: el sector público se convertirá en el mayor deudor de toda la economía, superando no ya a las familias (a las que rebasó ampliamente durante 2012), sino a las empresas.
Son legión quienes, sin embargo, intentan quitar valor al esfuerzo acometido espontánea y responsablemente por nuestras familias y empresas –valor simétrico al desvalor asociado a la dejadez planificada e irresponsable de nuestro Estado– por cuanto, aseguran, el sector privado jamás habría podido desapalancarse sin el paralelo endeudamiento del sector público. En su versión más extrema, este discurso encuentra soporte académico en la corriente neochartalista de la MMT (Modern Monetary Theory), que reza del siguiente modo: en toda economía cerrada, el ahorro neto del sector privado (el exceso de ahorro bruto sobre la inversión bruta) es exactamente igual al déficit público; por tanto, todo desapalancamiento privado será exactamente igual al apalancamiento público.
La teoría –convenientemente apoyada por un simple pero convincente andamiaje matemático– se ha convertido en una muy útil arma arrojadiza para quienes desean justificar el crecimiento exorbitante del Estado a costa del genuflexo y subordinado sector privado: en realidad, parecen querer decirnos, cuando Montoro y sus virreyes autonómicos dilapidan la riqueza que acaso algún día terminen generando nuestros tataranietos no lo hacen por su bien, sino por el nuestro; los políticos españoles son, en verdad, austeros monjes cartujos que sacrificadamente gastan a manos llenas con el pío propósito de que familias y empresas puedan hacer frente a sus deudas.
Es obvio que semejante relato hace aguas por todos los costados. Desde la teoría, porque los defensores de la MMT confunden los términos que tramposamente utilizan: es verdad que si el sector privado, en agregado, estuviera endeudado con el sector público, sólo sería posible su desapalancamiento si el sector público se endeudara con el sector privado. Sucede que la realidad es más bien la opuesta: el sector privado, en agregado, está endeudado consigo mismo (familias y empresas no le deben dinero al Estado, sino a otras familias y empresas a través de los bancos) y el sector público está masivamente endeudado con el sector privado. De ahí que la cabriola teórica de los neochartalistas de la MMT –que el sector privado no puede reducir sus pasivos si el sector público no los incrementa en la misma medida– no pase de trilerismo académico al servicio del activismo estatista.
Pero, por si la refutación teórica no resultara suficientemente incontestable, la realidad es tozuda y sigue desmintiendo sus consignas: si, como nos dicen, es imposible que el sector privado se desapalanque sin que la deuda del sector público aumente en la misma medida, ¿cómo se explica que las familias y las empresas españolas hayan minorado su endeudamiento en 38.000 millones de euros más de lo que lo aumentaron las Administraciones Públicas? Acaso se replique que la anterior regla de los MMT sólo opera para economías cerradas, y que una economía abierta puede recortar su deuda por el monto adicional que aporte su sector exterior. Cierto es, pero de nuevo nos topamos con un problema: España en el año 2013 tuvo un superávit exterior de poco más de 7.000 millones de euros. Dado que el sector privado amortizó deuda por importe de 38.000 millones más de lo que la aumentó el Estado, incluso incorporando en las cuentas el superávit exterior, todavía quedarían 31.000 millones de desapalancamiento que los neochartalistas se reconocen incapaces de explicar.
Al final, el asunto es bien sencillo: si es obvio –y nadie, ni siquiera los MMT, lo discute– que el sector privado puede endeudarse sin que el sector público se desendeude, también debería ser obvio que el sector privado puede desendeudarse sin que el sector público se endeude. Lo contrario sería introducir un sesgo proendeudamiento estatal muy del gusto de los MMT, pero absolutamente corrosivo para cualquier orden social próspero y estable que se precie.
Por desgracia, la escasa solidez teórica y el nulo soporte empírico de las doctrinas de la MMT no han supuesto un serio obstáculo a que sigan ganando adeptos. A la postre, se trata de un catecismo creado ad hoc para justificar los abusos y doblegarse a los intereses de ese monopolio de la coerción llamado Estado y el servilismo voluntario está muy lejos de haberse extinguido.