Según Gestha, el sindicato de técnicos de Hacienda, "el 20% de los contribuyentes españoles más ricos acapara el 44% de todos los ingresos". La retórica es claramente reprochadora; y las tres acepciones de acaparar en el DRAE son peyorativas: se refieren al aprovechamiento de la escasez, el dominio del mercado y la apropiación mayúscula. Cabe suponer que el sindicato se refiere a esto último: "Apropiarse u obtener en todo o en gran parte un género de cosas".
En cada momento, pero sólo en cada momento, la riqueza está dada. En cada momento hay una cantidad fija de ingresos que cobramos, y un porcentaje determinado de los ingresos más altos es propiedad de un porcentaje relativamente menor de las personas que los cobran. Lo notable del caso es que para el pensamiento único, y Gestha lo representa bien, esa circunstancia es deplorable y requiere que las autoridades intervengan y recorten aún más los derechos de los ciudadanos.
Pero, como debería ser evidente, ser rico no es un delito, salvo que uno sea un ladrón. Ser rico en competencia es haber servido a la comunidad ofreciéndole algo que ella está dispuesta a aceptar y a pagar. Si lo hace, el oferente puede volverse multimillonario, sea que ofrezca bienes o servicios, desde teléfonos móviles hasta destreza futbolística. El dinero que reciben esas personas no es acaparado por ellas en un sentido despreciable, sino ganado legítimamente. Sólo el equívoco y la envidia pueden desembocar en la creencia de que esas personas han hecho algo malo e injusto, y que es menester quitarles aún más dinero que al resto.
Esta idea, la base de la muy extendida progresividad fiscal, no está justificada ni ética ni económicamente. Es sólo la expresión de las preferencias políticas, impuestas al conjunto de la población sobre la base de la propaganda.
Y la concentración en la variable monetaria sólo obedece a que resulta expeditiva para el poder: el poder puede quitarnos nuestro dinero. Nótese que le resultará muy difícil quitarnos el resto de nuestros activos personales no monetarios, que son tanto o más valiosos que el dinero, y que están tanto o más desigualmente distribuidos. Pensemos, por ejemplo, en el pequeño porcentaje de personas que posee ("acapara", diría Gestha) un gran porcentaje de la belleza o la inteligencia.