La expresión evangélica continúa con "...y a Dios lo que es de Dios". Usufructúo el inicio del pasaje pero, para evitar blasfemias, sustituiré a Dios, en este caso, por "y al pueblo lo que es del pueblo". Estamos tan acostumbrados a que el sector público y el privado se manoseen, como si de dos amantes en momentos de éxtasis erótico se tratara, que muchos consideran normal la implicación de lo público en lo privado, en apelación a un más alto interés general. Pero no se confundan, el interés privado es siempre privado.
Ese totum revolutum entre Administraciones Públicas e iniciativas empresariales no puede traer más que consecuencias indeseables para ese pueblo que sufre, cual sujeto pasivo, las consecuencias de los desmanes, maniobreros y dudosamente éticos, del contubernio privado-público.
El asunto del Canal, naturalmente el de Panamá, parece haber entrado en un callejón sin salida para las pretensiones que lidera la española Sacyr. Hasta ahí, diría yo que esto ocurre en las mejores familias. De poco han servido las mediaciones de ministros para resolver el conflicto, y el enredo cada día parece alejarse de una solución.
Conflictos que no son tan excepcionales entre dos partes con intereses contrapuestos; bien se trate de la ejecución de una obra, como en este caso, o en el desarrollo y explotación de un negocio. Aunque, bajo el principio de hoy por ti y mañana por mí, unas veces conseguimos lo que pretendemos y otras lo hace la parte contraria. Todo queda en ese marasmo de relaciones económicas, entre púgiles que tratan de sobrevivir en el cuadrilátero económico.
Cosa bien diferente es cuando aparece en la lona un Estado –bueno, lo que aparece es un Gobierno, en nombre de un Estado– tratando de ayudar al púgil nacional. En este caso, el KO, o la pérdida por puntos, lo es de toda la nación. Ya no rige el hoy por ti y mañana por mí, que habría aliviado al púgil privado, sino que el descrédito por defender una causa injusta –así quedará para la historia– recae sobre toda la nación, es decir, sobre todos los españoles.
La alusión del ministro De Guindos, tratando de tranquilizar a los españoles, prometiendo minimizar los efectos de una hipotética ejecución del aval, que el Estado (público) prestó a Sacyr (privado) en garantía de la obra, es una forma de desenfocar el problema. Por un lado, la cuantía es la que es, y no cabe minimizarla, pero el problema no es cuantitativo sino cualitativo.
Se trata de que el sector público no debe involucrarse garantizando el comportamiento del privado; como tampoco participará en el reparto de beneficios, si este fuera el caso. ¿Por qué el señor Rodríguez Zapatero otorgó el aval? Más vale no preguntárselo. Pero lo que no se puede es despachar hoy el problema diciendo, que tratará de minimizar el efecto.
Más hubiera preferido el propósito de enmienda: no volver a otorgar avales a empresas privadas.