El ínclito Nobel Krugman reivindicaba hace unos días la admonición de John Maynard Keynes de aniquilar financieramente a los rentistas. Sabido es que el economista inglés pronosticó en 1936 que, conforme las sociedades occidentales fueran enriqueciéndose y acumulando capital, la rentabilidad de los ahorradores si iría desmoronando hasta desaparecer: es lo que él llamaba la eutanasia del rentista.
Ciertamente, el tiempo no le ha terminado dando la razón: no fue la natural evolución del sistema capitalista sino el innatural auge del keynesianismo a partir de los años 30 lo que contribuyó a machacar a los tenedores de renta fija. A saber, la destrucción de la estabilidad monetaria y la manipulación de los tipos de interés por parte de la monopolística banca central sí han machacado a los tenedores de bonos a largo plazo, por cuanto ha hundido el valor de sus principales. Jeremy Siegel, por ejemplo, estima que entre 1926 y 1997 la rentabilidad de la deuda pública a largo plazo fue del 2%, menos de la mitad que en la época anterior a Keynes. Mas esta eutanasia de la renta fija no ha ido acompañada por una eutanasia de los tenedores de activos de renta variable, quienes han vivido uno de los períodos más prósperos de los últimos dos siglos. Esos rentistas, lejos de haber sido barridos por la plaga de los bajos tipos de interés que pronosticara Keynes, han cosechado durante los últimos 30 años unas plusvalías extraordinarias, sólo empañadas por la voracidad fiscal de nuestros Estados.
Una divergente evolución que en absoluto es casual: la eutanasia de la renta fija por parte de nuestro keynesiano sistema de moneda fiat y de banca central inflacionista equivale a haber anulado los costes financieros de familias y empresas, maximizando en consecuencia su margen de beneficios. El bajo coste de la deuda (la eutanasia del rentista fijo) ha incentivado el hiperendeudamiento de familias y empresas dirigido a incrementar su retorno sobre fondos propios, y ese extraordinario retorno sobre fondos propios –edificado, en parte, en el sobreapalancamiento previo– ha impulsado el auge bursátil. Dicho de otro modo, la enorme riqueza que se ha creado durante las últimas décadas a pesar del intervencionismo estatal apenas ha afluido a los tenedores de renta fija y se ha concentrado en los tenedores de renta variable por obra y gracia del keynesianismo: ¿eso es aniquilar al rentista o desnivelar los rendimientos de los distintos activos para promover el sobreapalancamiento de los agentes?
A este respecto, la situación presente –sobre la que reflexiona Krguman– no es muy distinta a la que se ha dado en las últimas décadas, salvo porque los muy bajos tipos de interés actuales están más relacionados con la situación de depresión de las economías occidentales (Occidente puja ahora mismo por desapalancarse, no por apalancarse más, y eso repercute en una nula demanda agregada de crédito y, por tanto, en un muy bajo precio del crédito) que con una injerencia directa de los bancos centrales en su configuración. Pero los efectos sobre la posición relativa de los rentistas no cambian: los márgenes de beneficios de las empresas cotizadas de EEUU se hallan en máximos históricos gracias, en parte, a sus bajos costes financieros. A saber, la eutanasia del rentista fijo ha dado alas a la pujanza del rentista variable.
Yerra Krugman, pues, cuando sugiere que quienes defendemos una política monetaria más ortodoxa que la implementada por Bernanke estemos sirviendo los oscuros intereses de unos rentistas que se resisten a morir. Primero, porque, como digo, los rentistas con activos bursátiles se han dado un auténtico festín en los últimos años. Y segundo, porque lo peor de la política monetaria de Bernanke no ha sido ratificar los bajos tipos de interés que igualmente habrían prevalecido en un mercado libre, sino sus flexibilizaciones cuantitativas, que no sólo han contribuido a extender la plaga del crédito laxo hacia las economías emergentes, sino que han constituido un rescate en toda regla… a algunos tenedores de activos de renta fija (en concreto, a aquellos bancos cuya deuda hipotecaria de pésima calidad ha sido adquirida por la Fed). ¿En qué sentido los defensores de la ortodoxia monetaria somos un lobby a favor de los rentistas cuando la heterodoxa política monetaria desarrollada en los últimos años se ha dirigido a rescatar a los rentistas en contra de los tenedores de la moneda estadounidense?
No, lo que algunos pedimos no son tipos de interés altos o bajos, sino libres. Tipos de interés que no estén manipulados ni por la moneda fiat inconvertible ni por la política alocada de un monopolio monetario. Reclamamos un sistema monetario y financiero libre de cargas y de privilegios que no se dirija a aniquilar a unos rentistas en favor de otros rentistas, ni a rescatar a los unos en perjuicio de terceros no rentistas. O dicho de otro modo, reclamamos unos tipos de interés que se limiten a reflejar fidedignamente las preferencias de los ahorradores e inversores en lugar de a promover el sobreapalancamiento de los agentes económicos con el propósito de generar nuevas burbujas que "estimulen" la economía tal como la cocaína "estimula" al drogadicto. Esas burbujas financieras, por cierto, tan del gusto de keynesianos pro-eutanasia del rentista como Paul Krugman o Larry Summers.