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José García Domínguez

¿Saldremos de la crisis bajando aún más los salarios?

España únicamente dispone de dos alternativas: o igualar la productividad alemana o salir del euro. No hay otra opción.

España únicamente dispone de dos alternativas: o igualar la productividad alemana o salir del euro. No hay otra opción.

Parece que el Fondo Monetario Internacional, Bruselas y Berlín han decidido sumarse a la receta de plato único que siempre ha defendido el gurú de la progresía, Paul Krugman, para España: bajar los salarios a todo el mundo. Y cuanto más, mejor. Una idea, la de Krugman, que ofrece la indudable ventaja de la sencillez. La acentuación de las bajadas salariales, sostienen ahora los expertos, se traduciría en el inmediato incremento de la competitividad exterior de las empresas. Razonamiento que suena bien en su elemental y prosaica simpleza. Lástima que se sustente todo él sobre una falacia tan vieja como el mundo: el mito de la mano de obra barata. Y es que ningún país ha mejorado nunca su situación económica a largo plazo gracias a pagar salarios bajos. Ninguno. Nunca. Y España no va a constituir la primera excepción a la norma universal.

Así, contra lo que sostiene la popularísima leyenda urbana, China no ha inundado los mercados del planeta con sus productos gracias a los sueldecitos de risa que cobran sus obreros. De hecho, las exportaciones chinas ni tan siquiera resultan intensivas en mano de obra, sino en capital. Porque lo que en verdad cuenta para obrar esos prodigios es la productividad, no los salarios. El secreto de China no es pagar a su gente los sueldos de África, sino haber igualado la productividad de Occidente. ¡Es la productividad, estúpidos! Por lo demás, si ahora comenzásemos a crecer algo y a crear empleo, al instante volvería a repetirse el déficit insostenible de la balanza comercial, como cuando la burbuja inmobiliaria. Las lacras de nuestra productividad, raquítica en relación a la de la Europa nórdica, se traducirían otra vez en una divergencia generalizada de precios a favor de Alemania. Consecuencia inmediata, tornarían a dispararse las importaciones igual que sucedió antes de 2007.

La economía española, fatalmente incapaz de competir sin el escudo protector de una moneda nacional dada la ineficiencia global de nuestro aparato productivo, está condenada a mantener déficits comerciales crónicos, algo que la aboca a colapsos tan periódicos como inevitables. Asombra que desde ninguna instancia, ni desde el poder, ni desde la oposición, ni desde las elites empresariales, ni desde el centro ni desde la periferia se quiera ver lo obvio. Pero lo obvio es que España únicamente dispone de dos alternativas: o igualar la productividad alemana o salir del euro. No hay otra opción. Ni la hay ni la habrá. ¿Punto final de la crisis? Pero si la destrucción del tejido industrial de España solo acaba de iniciarse.

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