La primera reunión a la que asistí como consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad de Madrid fue con Sheldon Adelson y su equipo de la empresa Las Vegas Sands para hablar del proyecto de Eurovegas. Cesé como consejero al poco de que la empresa anunciase en septiembre de 2012 su interés por hacer la inversión en la Comunidad de Madrid. Desde entonces, aunque ya no estuve involucrado en el proyecto, lo seguí con interés. Evidentemente, me sentí decepcionado al saber que la empresa ya no haría su inversión en España por preferir concentrar su crecimiento en Japón y Corea del Sur.
No han sido pocas las críticas dirigidas a aquellos que trabajamos para que el proyecto saliese adelante, con frecuentes alusiones a la película Bienvenido, Mr. Marshall. Se ha querido dar a entender así que los favorables a la inversión pecamos de ingenuidad y fuimos poco menos que engañados por aquellos americanos a los que "recibimos con alegría".
Y, sin embargo, Bienvenido, Mr Marshall sirve para ilustrar todo lo contrario de lo que afirman estas críticas. De entrada, recordemos que el Plan Marshall fue un programa de subvenciones norteamericanas para ayudar a la reconstrucción de los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial. Por ello, toda la película gira en torno a los supuestos regalos que traerían los americanos a Villar del Río. A resultas de ello, el pueblo entero se infantiliza y se agolpa, por ejemplo, en unas mesas montadas en su plaza para hacer su particular carta a los Reyes Magos: "Una pareja de mulas, una pareja de bueyes y un camión", pide un vecino. Otro, la noche previa a la llegada de los americanos, sueña con que un tractor nuevo le cae, literalmente, del cielo.
Y es que Villar del Río era un símbolo de la economía rural española de hace 60 años. Su actividad económica estaba basada en una tasca, un autobús, una botica, una mercería, una barbería y, claro está, la agricultura y la ganadería. El rico del pueblo -Don Pablo- lo era gracias a las rentas que le aseguraban ser el dueño del único autobús, de la única tasca y de "medio pueblo". Además, "para entretenerse", era alcalde. No sorprende, por tanto, que, cuando el delegado general le informa de la próxima llegada de los americanos, le anime a hablarles de "su industria". “¿De qué industria?”, pregunta el alcalde. “Da lo mismo”, responde el delegado, “sólo saben inglés. No le entenderán de todos modos”. El capitalismo no había llegado a Villar del Río.
Una de las moralejas de la película es que quien espere prosperar merced a los regalos ajenos acabará perdiendo dinero. Por eso al final de la película todos los vecinos del pueblo se encuentran teniendo que pagar de su propio bolsillo la decoración y los trajes andaluces con los que iban a deslumbrar a los Reyes Magos americanos.
Sesenta años más tarde, España ha aprendido esta lección y sabe que su prosperidad no depende de que le hagan regalos. Depende de que empresas nacionales y extranjeras confíen en ella invirtiendo aquí su dinero y generando, así, puestos de trabajo. Esto implica, claro está, que la inversión sea rentable. Las empresas se mueven por su interés económico y sería absurdo negarlo.
En este contexto, la obligación de la administración es atraer inversiones. No decretarlas; no imponerlas; atraerlas. Es decir, generar facilidades para que las empresas decidan invertir sus recursos con la expectativa de generar un beneficio. Nunca entendí los argumentos de quienes se quejaban de que diese facilidades a Eurovegas. ¿Mejor hubiese sido ponerle obstáculos? El problema que hizo aflorar Eurovegas no fueron las facilidades que se dieron a un sector empresarial determinado; fueron las dificultades que permanecieron para todos los demás. De hecho, en la última edición del informe Hacer negocios del Banco Mundial hemos pasado del puesto 46 al 52 en el ranking que mide las facilidades para hacer negocios (estamos justo por detrás de Kazajistán y Túnez). En el apartado "Facilidades para abrir un negocio" España ha bajado del puesto 136 al 142 (de un total de 189). Nos superan países como Nicaragua, Gambia, Mali, Siria o Sudán del Sur. El desafío para España es crear un entorno que dé mayores facilidades a todas las empresas de todos los sectores, como bien ha explicado Daniel Lacalle.
Finalmente, Las Vegas Sands pidió hace unas semanas unas nuevas condiciones -fiscales, de compensación en caso de cambios normativos, etc.- claramente inaceptables para las administraciones españolas. La inversión necesitaba de un acuerdo entre dos partes y el acuerdo no se alcanzó. No sé por qué la empresa exigió estas nuevas condiciones, pero sí sé que había invertido ya decenas de millones de euros en el proyecto, había presentado a la Comunidad de Madrid en julio pasado la solicitud administrativa para iniciar las obras, había celebrado repetidas reuniones a los más altos niveles y había levantado en otras partes del mundo complejos similares a los que pensaba levantar en Alcorcón. No puedo estar de acuerdo con quienes dicen que el proyecto nunca fue más que una quimera.
Ahora se califica al proyecto de Eurovegas de fracaso. Y, sin embargo, cuando se asume que la prosperidad de un país depende de su actividad empresarial y no de regalos americanos, también surge una nueva definición del éxito y del fracaso. Una mentalidad emprendedora asume naturalmente que algunos proyectos salen y otros no. El fracaso es a menudo un preludio del éxito. Más aún, el miedo al fracaso es el peor de todos los fracasos. No hay éxito posible sin riesgo de fracaso. Quien nunca fracase, nunca tendrá éxito. Quien piense que es un fracaso esforzarse por atraer inversiones empresariales –aunque algunas de ellas finalmente no se hagan– demuestra tener la mentalidad de la España cerrada de la época de Bienvenido, Mr Marshall.