Hay una realidad laboral en España que debemos de interiorizar para construir alternativas eficaces tanto económica como socialmente hablando. Se acabó la fijeza en el puesto de trabajo. Forma parte del pasado eso tan tradicional que era buscar una colocación para toda la vida. Esta circunstancia que podría verse como algo negativo nada más escucharse, voy a tratar de convencerle, paciente lector, de que se trata en el fondo de una buena noticia.
Eso que decimos tan pomposamente de que el entorno macroeconómico ha cambiado significa que las relaciones del mercado se han modificado, es decir, que la oferta y la demanda se transforman de otra manera. Por ejemplo, hace años la demanda de un determinado producto o servicio se mantenía casi inalterada en el tiempo, por lo tanto no era necesario modificar la oferta en ningún aspecto. Eso se traducía en que un trabajador empezaba su vida laboral en una empresa determinada haciendo una cosa concreta y se jubilaba sin haber hecho nada distinto. Tampoco el empresario, por su parte, tenía que preocuparse demasiado en innovar porque no era prácticamente necesario.
Ahora ya no existe esa situación. El mercado se ha globalizado y la demanda se ha vuelto muy exigente y cambiante, además de haberse incrementado. Necesitamos más cosas, mejores y diferentes. Eso no significa que haya menos oportunidades laborales, sino la necesidad de diferentes conocimientos. Probablemente en una cadena de montaje de automóviles se necesiten menos trabajadores que atornillen manualmente las ruedas, pero seguro que se necesita más capital humano especializado en diferentes piezas de motores no contaminantes, en ventas o en marketing. Es decir, personal más cualificado y, por lo tanto, de un coste superior.
Al mismo tiempo, el empresario tiene la obligación de estar muy atento del comportamiento de la demanda para ser competitivo, por lo cual estará pendiente de contar en su organización con empleados que aporten valor añadido a la compañía.
Las dos primeras consecuencias que se extraen son que se necesita, al menos, la misma fuerza laboral y que ésta necesitará estar mejor formada, lo que genera mayor valor percibido, que hay que pagar. (Mejor formada no es lo mismo que más formada, sino formada de acuerdo con las necesidades productivas).
La tercera conclusión es que, al llegar la incertidumbre a la relación oferta-demanda de productos y servicios, es necesario ser polivalente y se impone la importancia de aptitudes que llamamos transversales (capacidad de adaptación, facilidad de trabajo en equipo, actitud proactiva, implicación, capacidad de reacción, etc).
Todo esto significa que surge un nuevo paradigma: pasamos de pensar en un puesto concreto a prepararnos para estar en el empleo. Básicamente, eso es lo que llamamos flexiseguridad. Las empresas que pretendan ser sostenibles van a necesitar flexibilidad en la gestión de sus recursos humanos para mantener su actividad; a cambio, tenemos que poner en marcha herramientas que faciliten la seguridad en el empleo (intermediación laboral eficaz y formación permanente). Es decir, hay que generar empleabilidad en el capital humano. El gran objetivo de todos es preservar el empleo, no determinados puestos.
Todo esto no significa que se elimine un marco jurídico sólido y predecible, para evitar golfadas de falsos empresarios.