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El Papa carga contra el liberalismo y el mercado

Francisco habla de "una economía que mata" y la asocia a la globalización, el consumo, la libertad y el progreso.

Francisco habla de "una economía que mata" y la asocia a la globalización, el consumo, la libertad y el progreso.

El primer gran documento del pontificado del papa Francisco ya está en la calle. Se trata de la "Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco a los obispos, a los presbíteros y diácnonos, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual". Son 224 folios y promete ser muy polémica, especialmente en el capítulo segundo: "En la crisis del compromiso comunitario".

En esa segunda parte de la Exhortación, el argentino hace un análisis de la situación actual en clave económica. Y se lanza con fuerza contra el "mercado libre, la globalización, el crecimiento económico o el consumo". Una "economía que mata", asegura Francisco, que llama a los cristianos a "reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo".

Es una parte pequeña del documento, menos de una decena de páginas, pero con mucho contenido. Porque Francisco no hace ninguna referencia a la intervención de los poderes públicos, ni a la falta de libertad económica, ni a las barreras comerciales, ni a las leyes que limitan la competencia,... Todos los problemas parecen causados por el libre mercado, el capitalismo y la globalización.

En realidad, allí donde más libertad económica hay, menos pobreza existe, algo que el Papa no le parece relevante. Tampoco que sean los regímenes menos amables con el liberalismo aquellos donde más se ataca a la iglesia y donde más crece la miseria. En cuestiones económicas, el enemigo de Francisco es el mercado.

Palabra de Francisco

Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente.

Así comienza el capítulo dedicado a la economía de este documento. Francisco comienza con un comentario sorprendente. Parecería que nunca como ahora ha habido tantos pobres o que es culpa del capitalismo la extensión de la pobreza. En realidad, es exactamente lo contrario. Cuanto más se extiende el libre mercado, más crecen los países. Por ejemplo, el último Índice de Libertad Económica está liderado por Hong Kong, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Suiza, Canadá, Chile, Mauricio, Dinamarca y EEUU. Todos estos países, con sus diferencias, están también entre los más prósperos del mundo. Enfrente, la lista la cierran Cuba, Corea del Norte o Zimbabue, países donde la carestía crece día a día.

Así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y la inequidad'. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.

Aquí el Papa hace algunas afirmaciones como mínimo sorprendentes. Sí es noticia cuando un anciano muere de frío en la calle. Y no es cierto que "todo" entre dentro del juego de la competitividad. Pero sobre todo, ¿de quién es culpa ese ejército de marginados? No se pregunta Francisco por qué en el siglo XVIII, por ejemplo, la esperanza de vida era de 40 años, más del 90% de la población mundial vivía en una economía de subsistencia o la familia de nacimiento determinaba por completo la suerte de cada uno. Hoy todo eso ha cambiado. Gracias al capitalismo. Ni una palabra de agradecimiento se lleva de este Papa.

Algunos todavía defienden las teorías del 'derrame', que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.

En realidad, como decimos, el crecimiento económico generado por la economía de mercado sí ha provocado que cientos de millones de personas hayan salido de una situación de pobreza que en todo el mundo era generalizada hasta la llegada del capitalismo. No es casualidad que durante dos siglos Europa y EEUU fueran las regiones más prósperas de la Tierra. También eran las más libres desde el punto de vista económico. Y en las últimas décadas, China, India o el Sureste asiático han demostrado que una sociedad prospera cuando se abre al mercado o la globalización. Nada dice de esto Francisco.

Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe.

Otra afirmación sorprendente. Posiblemente nunca antes en la historia de la humanidad los excluidos han estado tan presentes en nuestras vidas. Según crece la información, crecen las posibilidades de estar al tanto de las desgracias que ocurren al otro lado del mundo. Así lo demuestran, por ejemplo, las reacciones de solidaridad que se producen con desastres como el tifón de Filipinas, el terremoto de Haití de 2010 o el tsunami en el Océano Índico en 2004.

Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.

Desde Adam Smith, que escribió la Teoría de los sentimientos morales antes que La riqueza de las naciones, son legión los escritores que defendieron el liberalismo económico precisamente por su contenido moral. La clave del mercado es que todos los intercambios son voluntarios y no puede haber coacción ni en un sentido ni en otro. Nada de esto tiene que ver con la "adoración del consumo" que denuncia el Papa. Pero nada de esto aparece tampoco en su Exhortación.

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común.

El discurso de Francisco une "mercado" a pobreza y "control de los estados" al bien común. Pero precisamente en los países más libres es donde la iglesia, por ejemplo, goza de mayor autonomía. Y en aquellos más dominados por el Gobierno (Cuba, Venezuela, Argentina, el antiguo bloque comunista...) es donde más problemas encuentra para desarrollarse la institución de Francisco.

Y en realidad, la pobreza en el mundo no sólo no está creciendo sino que desciende, tanto en términos porcentuales como en números absolutos. Y allí donde más priman los mercados, más cae. No sólo está el ejemplo asiático. En África, se está viviendo una auténtica revolución. El Continente Negro está entrando en el ciclo de la globalización y, en consecuencia, crece a tasas nunca vistas.

La deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real.

Ni una mención a cómo esos países adquirieron la deuda, a la responsabilidad de sus gobiernos o al hecho de que alguien les ha prestado ese dinero y quiere recuperar su dinero. Francisco sólo menciona el problema de "la deuda y los intereses", como si fueran maldiciones divinas, que hubieran caído sobre los países sin que sus estados (esos que velan por "el bien común") tuvieran nada que ver.

En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.

También el medio ambiente merece un comentario por parte del Papa. El capitalismo es el culpable de su deterioro, al parecer. Nada se dice sobre cómo cuidan la naturaleza los regímenes más intervencionistas, desde la URSS a Corea del Norte, pasando por Venezuela. Y tampoco se apunta que precisamente los países más libres son también, casi siempre, los que más protegen su entorno.

En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: 'No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos'.

En realidad, robar es "quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno". La caridad y la solidaridad con los que menos tienen siempre han sido valoradas por los escritores liberales (ya apuntábamos antes a Smith y no ha sido el único, desde luego). Pero eso sí, caridad libre. Es decir, de un ser humano hacia otro por propia voluntad, no obligado ni coaccionado. La solidaridad moderna, que pasa por el Estado, consiste en hacer el bien (supuestamente) pero con el dinero de otro. No se sabe qué opinaría San Juan Crisóstomo (el sabio de la cita) sobre esto.

Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.

Otro tópico al que se adhiere Francisco, que la pobreza crea violencia. Pero tampoco es cierto. Las guerras no las comienzan los mercaderes, sino los políticos y los estados (esos del "bien común"). Y los atentados terroristas y otras formas modernas de violencia son cometidos abrumadoramente por individuos de familias de clase media y alta.

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