El premio mejor dotado del mundo ha vuelto a quedar desierto. Es cierto que no se trata de un galardón especialmente conocido. Y tiene sólo un puñado de posibles candidatos a ganarlo. Pero, en cualquier caso, se trata de un buen pellizco de dinero que, otra vez, quedará en el limbo. Hablamos de 5 millones de dólares en la próxima década y un sueldo de 200.000 dólares más al año de forma vitalicia. Parece un incentivo muy potente. Pero no lo suficiente, por lo que parece.
Hace ya seis años, la Fundación Mo Ibrahim, creada por este millonario africano que se hizo rico en el sector de las comunicaciones, lanzó el Premio Ibrahim de Excelencia en el Liderazgo Africano. La idea era impulsar las buenas prácticas en las políticas del continente negro. Y para lograrlo, el empresario no ha dudado en echar la casa por la ventana, con una enorme dotación, que deja en una minucia los 10 millones de coronas suecas del Nobel de la Paz (alrededor de 1,5 millones de dólares).
Lo cierto es que la idea parecía muy buena. La debilidad de sus instituciones es una de las principales razones por las que África lleva varias décadas sumida en un círculo vicioso de pobreza y mal gobierno. En la mayoría de las ocasiones, los que disfrutan el poder sienten que pueden obtener más beneficios aprovechándose de sus ciudadanos o creando enormes redes clientelares que siguiendo políticas de refuerzo del estado de derecho, respeto a la legalidad y promoción del desarrollo económico.
Y aquí entró en juego Mo Ibrahim. ¿Qué mejor manera de cambiar las cosas que cambiar los incentivos? Un premio de cinco millones de dólares (3,7 millones de euros, aproximadamente) más 200.000 dólares al año de por vida parecía muy tentador. Además, para lograrlo no hace falta escribir bien, ni descubrir la cura de una enfermedad rara, ni siquiera ser un genio de la física. Es suficiente con ser un buen gestor, respetar las leyes e impulsar el crecimiento del país.
Para ganar el Premio, los nominados deben cumplir los siguientes criterios: ser un antiguo jefe de Estado o de Gobierno africano que ha sido elegido democráticamente y ha dejado el cargo en los tres años anteriores; haber cumplido su mandato constitucional; y haber demostrado su excelencia en el oficio, ayudando a sacar de la pobreza a su pueblo y pavimentando el camino para una prosperidad sostenible y equitativa.
Con todas estas exigencias, el que se lo trabaje un poquito podría llegar a ganar. Pero casi ha habido más años sin ganador. En 2007, se llevó el galardón Joaquim Chissano, anterior presidente de Mozambique. Un año después, fue Festus Mogae, de Botswana, el agraciado. En 2009 y 2010 se quedó desierto el premio, pero en 2011 se le otorgó a Pedro Pires, de Cabo Verde. En 2012, el comité encargado de entregar el galardón no encontró a nadie que lo mereciera. Y lo mismo ha ocurrido este año, según ha comunicado este mismo lunes la organización.