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José García Domínguez

Por qué tenemos un 26% de paro

El turismo de masas en detrimento de la industria: toda una declaración de impotencia para competir. Y también un suicidio.

El turismo de masas en detrimento de la industria: toda una declaración de impotencia para competir. Y también un suicidio.

Por mucho que se repita, no es cierto que la burbuja inmobiliaria haya sido la causante del desastre español. Burbujas de la construcción las ha habido en muchos otros países, pero en ninguno se ha producido a continuación una debacle del empleo ni lejanamente equiparable; en ninguno. Como tampoco se compadece con la verdad la creencia, tan extendida, de que nuestros banqueros resultan ser más patológicamente avariciosos que los del resto del mundo. Nuestros banqueros son iguales que los demás, ni mejores ni peores. Y lo mismo ocurre, por cierto, con los políticos. Porque nuestros representantes públicos no nacen mucho más corruptos, lerdos o negligentes que sus pares de por ahí fuera. Se tarta de explicaciones tan populares como falaces. Al igual que falaz resulta otro argumento no menos manido, el de la famosa rigidez del mercado de trabajo. La rigidez presunta en absoluto es culpable de lo que aquí ha ocurrido. Si fuera ésa la verdadera razón, ¿cómo se podría explicar que la misma España, la de la gran rigidez, hubiese podido crear nada menos que uno de cada tres empleos en Europa entre los años 1995 y 2007? Repito, uno de cada tres.

No, el de la rigidez laboral es un cuento sin fundamento empírico. Igual, huelga decir, que el del déficit público. De sobra es sabido que el Estado español presentaba unas cuentas equilibradas cinco minutos antes del derrumbe. Por lo demás, tampoco España ha sido víctima de alguna fatal desgracia imprevista llamada a hipotecar sin remedio su devenir inmediato. Ni guerras, ni epidemias sanitarias, ni desastres naturales, ni conflictos comerciales… Entonces, ¿por qué nos ocurre lo que nos ocurre? En los últimos treinta años, ninguna nación de la Europa Occidental ha llegado nunca al 20% de paro. Salvo España, que lo ha hecho once veces. Lo simplemente inconcebible para los demás y lo simplemente habitual para nosotros. ¡Once veces! ¿Por qué la tasa de desempleo española representa una extravagancia estadística inimaginable en ningún otro país europeo? ¿Por qué lo de España no sucede en ninguna parte? Son preguntas que también se acaba de formular un economista catalán –y catalanista–, Miquel Puig, en un ensayo brillante, La sortida del laberint ("La salida del laberinto"), que procede conocer.

Y es que Puig enfatiza una obviedad que solo la ceguera ideológica permite soslayar a tantos expertos y doctrinarios. A saber, que el aparato productivo español constituye una formidable maquinaria para resolver los problemas de ocupación en… Marruecos, Ecuador, Pakistán o Colombia. He ahí el rasgo más extravagante de la economía española: ser capaz de producir empleo para todo el mundo menos para los españoles. ¿Cómo entender, si no, que España alumbrase la friolera de 4.200.000 puestos de trabajo entre 2002 y 2007 mientras que la tasa de desempleo registrado permanecía casi inalterada? España crea empleos de muy escasa calificación, baja productividad y, en inevitable consecuencia, retribuidos con suelos acordes a esas premisas de partida. Empleos propios de país pobre que se aprestan a ocupar trabajadores de países pobres. Nuevos trabajadores de muy baja productividad que necesitarían viviendas, el producto final de un sector de asimismo muy baja productividad: la construcción. Un bucle que se retroalimentaba. Al cabo, la inmigración tampoco es causante del paro, sino consecuencia inevitable del modelo.

De ahí la gran paradoja, que el aumento espectacular de la ocupación previo a la crisis jamás lograra acabar con el desempleo autóctono. El mercado demandaba camareros y albañiles al tiempo que los hijos de la clase media estudiaban sus ingenierías aeronáuticas y sus MBA. Un país, dos mundos. Y detrás de todo, la gran apuesta estratégica posterior a nuestro ingreso en la Unión Europea: el turismo de masas en detrimento de la industria. Toda una declaración de impotencia para competir. Y también un suicidio. El refugio en lo fácil, el turismo barato de hamaca y borrachera. Algo que solo puede crecer con más hamacas y más borracheras. Y así hasta el infinito. Baja productividad que únicamente genera más raciones de baja productividad. Pan de ayer, hambre de hoy. Lean el libro. 

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