"Zapatero a tus zapatos", reza sabiamente el viejo aforismo. Bien es verdad que no son pocos los que calzan zapato ajeno, justificando su existencia por enjuiciar a los demás, en lugar de arreglar lo propio. Me dirán que ya estamos acostumbrados, pero les confieso que me altero cada vez que el Fondo Monetario Internacional aconseja al mundo que le rodea, o a parte de él, si bien la única virtualidad con la que cuenta es que, generalmente, no se le hace caso.
¿Por qué tiene que suponer el FMI que él es más listo, tiene mejor información, sabe más cómo hay que moverse en la vida política y económica que los gobernantes de los países sobre los que incide? ¿Dónde están los superhombres o las supermujeres, excelsos respecto de cualquier mortal? Esta vez no ha sido España en particular el foco de atención. El desprecio esta semana lo ha sido de la propia Unión Europea, que ha tenido que oír recomendaciones del Fondo, que no pasarían el más elemental test de rigurosidad.
No hay duda de la mucha distancia que separa la Europa de la Unión del Washington de los Estados Unidos, por lo que los perfiles europeos pueden quedar muy desdibujados a semejante distancia. Pero la directora general del FMI es una hija de la madre Francia, por lo que el conocimiento de su país y de su entorno se le supone. ¿Es que se le ha olvidado, o es que está a otra cosa? ¿Cree la señora Lagarde que es posible una prestación por desempleo común en toda la Zona Euro, como ha recomendado?
Por otro lado, cuando habla de prestación común, ¿supone que construimos lo común en la parte alta actual o en la baja? Si en la alta, ¿cuántos trabajadores franceses, italianos, españoles, griegos, portugueses, etc., seguirán trabajando teniendo acceso a una prestación por desempleo equivalente a la que hoy existe en Alemania, Austria, Países Bajos, etc.? Naciones ampliamente diferentes en productividad, en tecnología, en nivel de renta y riqueza, con diferente desigualdad en la distribución de rentas y recursos, etc., no pueden vivir dentro de un mismo corsé. Unos se ahogarán y otros marcharán holgados.
La idea de una unión fiscal, que evite las discrepancias actuales entre países diferentes, sólo podrá tener efecto cuando se eliminen, con carácter previo, las desigualdades que afectan al resto de las magnitudes económicas, políticas y sociales. Estoy de acuerdo en que las discrepancias generan problemas de índole diversa, pero tenemos que reconocer que este es el modelo por el que se optó cuando nos reunimos en torno al euro. De la moneda única se esperaba demasiado.
Entonces, lo bucólico invadió, desplazando, el realismo de lo económico. ¿O se ha olvidado la señora directora general del FMI, del entusiasmo que mostró Francia en la introducción del euro, porque la moneda única despertaría el sentido de pertenencia europea? Enjuiciar Europa desde Washington me parece un ejercicio insultante y vejatorio.