Resulta penoso contemplar el incremento continuo, casi diría que implacable, de la desocupación en España. Que en uno de los tres instrumentos para calcularla, la encuesta trimestral de Instituto Nacional de Estadística –los otros dos son el paro registrado en las oficinas estatales y la afiliación a la Seguridad Social– haya saltado por encima de los 6 millones de personas ha causado escalofríos. Por supuesto que es una cifra muy alta, y debe preocupar que, de los 42 países significativos de la economía mundial que aparecen en los indicadores de The Economist (v. nº del 27 de abril), sólo estemos por delante de Grecia en este rubro.
Ese asombro penoso procede, sencillamente, de la falta de producción competitiva de la economía española. Para crear empleo, de acuerdo con las estimaciones que debemos a Okun, sería necesario que el PIB creciera por lo menos algo más del 1%. Estamos aliviando la situación productiva originada a partir de 2008, creada por la pésima política económica desarrollada a partir de 2004, cuando se abandonó toda racionalidad. En el despliegue inmobiliario y con el endeudamiento en el exterior se iba hacia el desastre, y, efectivamente, así sucedió, porque los intentos de solución con incrementos en el déficit público eran –la frase es de Keynes, transmitida por Hayek– una "política de tontos". Y sobre todo cuando el déficit del sector público era el mayúsculo que se tuvo en el año 2009.
Necesitamos que crezca entre nosotros una economía competitiva. Eso no se logra con protestas, con manifestaciones, con indignaciones, sino con medidas concretas. Ahora mismo vemos que éstas tienen que ponerse en acción en el terreno del sistema crediticio, en el energético, en el del mercado laboral; hay que ir al mercado nacional único, a la supresión de trabas administrativas...
Sin eso resulta imposible conseguir un desarrollo que absorba cantidades crecientes de mano de obra. De algún modo, este fenómeno tiene lugar al margen de la ley, con las economías sumergida y criminal: esta última comprende los casos de corrupción, que nos sitúan en una posición muy delicada, junto con Italia y Portugal. Recuérdese que ya está estudiado el altísimo coeficiente negativo de correlación entre corrupción y actividad productiva.
Debemos procurar huir de todos esos fenómenos de oposición denominados escraches. Frenan la producción y generan ese paro que en sus manifestaciones pretenden atajar.
Sociológicamente provoca especial preocupación el aumento global del desempleo de los jóvenes. El titular fundamental del citado número de The Economist dice esto: "El número de gente joven excluida del trabajo es casi tan grande como la población de los Estados Unidos". La contribución española a eso es importante, pero no es, desgraciadamente, la única.