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Thatcher, la 'dama' que resucitó la economía británica

Heredó un país quebrado y en claro declive, y lo volvió a situar entre las grandes potencias con un recetario claramente liberal.

"La izquierda planteó un combate contra la pobreza y ganó la pobreza". La cita es de Ronald Reagan, pero su amiguísima Margaret Thatcher seguro que la hubiera suscrito. La ex primera ministra británica llegó al poder en una de las etapas más complicadas de la historia económica del Reino Unido. Cuarenta años de intervencionismo y gasto público habían llevado al país al borde del colapso. En 1976, incluso, el Gobierno laborista tuvo que pedir la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuando la Dama de Hierro salió de Downing Street, las islas volvían a ser uno de los países más ricos del mundo y uno de los motores de Occidente.

Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, la posición británica en el concierto económico mundial no era sencilla. Había soportado todo el peso de la guerra, sufrido los bombardeos aliados y luchado en un conflicto global, que involucró a sus colonias en todos los continentes. Además, se enfrentaba a un más que probable proceso descolonizador, con todas las tensiones políticas, sociales y económicas que eso genera.

La respuesta de los políticos del Reino Unido, especialmente en el lado laborista aunque no sólo, fue el llamado consenso keynesiano: gasto público para que no caiga la actividad, más poder para los sindicatos para mantener la paz social e intervencionismo para controlar la economía. ¿El resultado? Tres décadas de declive continuo que llevaron a las islas al límite de su capacidad.

En 1979, cuando Thatcher llegó al poder, el Reino Unido ya no era, como en 1950, el segundo país occidental más rico, sólo por detrás de EEUU. No sólo el gigante americano se había distanciado, sino que lugares que habían sido arrasados durante la Segunda Guerra Mundial y que tuvieron que empezar de cero, como Francia, Alemania o Japón, ya habían superado a las islas en términos de renta per cápita y producción industrial. De hecho, incluso Italia rozaba sus niveles de riqueza a finales de la década de los 70.

Las razones de este declive han sido muy discutidas, pero Thatcher siempre tuvo claro que se relacionaban con el creciente peso del Estado en la economía, que llegó a ser cerca del 50% del PIB. Además, el intervencionismo no se dejaba sentir sólo en esa cifra, sino que alcanzaba todos los rincones de la actividad productiva. En los años 70, la Administración británica controlaba y gestionaba todo tipo de empresas en minería, transporte, energía o telecomunicaciones.

En el resto de los sectores, el peso de los sindicatos y de una regulación laboral muy poco favorable para los negocios tampoco ayudaban. El mercado de trabajo era, posiblemente, el más rígido de Europa y las posibilidades de adaptación de las empresas a la novedades de un mercado cada vez más globalizado estaban muy limitadas. Los impuestos estaban entre los más altos de Europa, con picos del 80% en el IRPF (llegó a haber un tramo del ¡98%!) y superiores al 50% en Sociedades. Y a todo eso se sumaba un insostenible Estado del Bienestar, que cargaba a la clase media con el peso del mantenimiento de un sistema de subsidios sin parangón en el resto de Europa.

Todo este proceso, que comenzó a partir de los años 50, implosionó en la década de los 70, cuando los déficit públicos, la subida de los precios de los carburantes y la falta de productividad acumulada supusieron un peso excesivo para la sociedad británica. La inflación se disparó y se mantuvo por encima del 20% hasta la llegada al Gobierno de la Dama de Hierro. Los sindicatos respondieron con huelgas, muchas de ellas en el límite externo de la legalidad, que provocaron que durante el Gobierno conservador de Edward Heath, entre 1970 y 1974 se perdieran hasta 9 millones de horas de trabajo por conflictos laborales. La fuerza del movimiento sindical generó una espiral en la que los empresarios se veían obligados (legalmente, en muchas ocasiones) a subir los salarios conforme subían los precios, lo que volvía a llevar la inflación al alza en un amenazante círculo vicioso. Y, de esta manera, la productividad británica se resentía día a día.

Todo esto llevó a uno de los episodios más humillantes de la historia moderna de Gran Bretaña, cuando en 1976 su Gobierno laborista tuvo que pedir el rescate del Fondo Monetario Internacional (FMI), por unos 2.600 millones de libras, debido a la incapacidad para generar ingresos y preocupado por el valor de la moneda británica. El organismo aceptó a cambio de profundos recortes, que ayudaron a salvar la situación.

En este contexto, Margaret Thatcher llegó al número 10 de Downing Street. Posiblemente ningún otro político europeo envidiaba su situación. Once años después, el país que dejaba era muy diferente.

La revolución liberal de Thatcher

Hemos atravesado un periodo donde a demasiados niños y a demasiada gente se les ha hecho pensar de esta forma: '¡tengo un problema, la labor del Estado es resolverlo!'. O '¡tengo un problema, conseguiré un subsidio para resolverlo!'. O '¡No tengo vivienda, el Estado debe dármela!'. Al hacer eso trasladan sus problemas a la sociedad, y ¿quién es la sociedad? No existe tal cosa. Lo que existe son hombres y mujeres individuales, existen las familias. No hay Estado que pueda hacer nada si no es a través de las personas, y las personas se preocupan primero de sí mismas.

Ésta es una de las muchas citas memorables de la Dama de Hierro. Cuando Thatcher inició su mandato en 1979, Reino Unido no sólo estaba sumida en una grave estanflación (caída de PIB combinada con elevada inflación) sino que, además, se caracterizaba por el intervencionismo económico, el paternalismo estatal y el corporativismo sindical. Tras su marcha, apenas una década después, en 1990, la economía británica era uno de los grandes adalides del capitalismo. Así pues, Thatcher no sólo revolucionó la economía británica sino también la mentalidad del país.

Su mandato supuso una ruptura frontal con respecto al estatismo imperante en Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial, ya que defendía firmemente el libre mercado, la disciplina monetaria y presupuestaria, así como la idea de un Estado mínimo para configurar un marco institucional en el que los individuos gozasen de libertad para perseguir sus propios fines. Pero su ideario, bajo la influencia del liberalismo clásico y de autores como Friedrich Hayek y Milton Friedman, no se quedó en meras palabras sino que se materializó en políticas concretas.

  • Menos gasto público: durante su Gobierno, logró reducir el peso del Estado (gasto público) del 46% del PIB en 1979 al 34% en 1990, registrando superávit fiscal (1% del PIB).
  • Menos impuestos: rebajó el tipo máximo del IRPF del 98% al 40%, y el Impuesto de Sociedades del 52% al 33%, entre otras reformas fiscales.
  • Privatizaciones: acabó con los grandes monopolios estatales, siempre deficitarios, mediante la privatización de numerosas empresas públicas pertenecientes al sector del gas, acero, petróleo, comunicaciones, aeropuertos, electricidad, agua, la aerolínea de bandera British Airways, etc.
  • Liberalizaciones: flexibilizó el mercado de trabajo, eliminó los controles de precios y de salarios, liberalizó el sector financiero y de capitales, recortó y eliminó las generosas subvenciones al sector privado...
  • Guerra a los sindicatos: le declaró la guerra a los sindicatos, por entonces con un gran poder en Reino Unido, y se mantuvo firme ante las duras campañas de huelga lideradas por los mineros en 1984 y 1985.
  • Vivienda: obligó a los municipios a vender sus viviendas públicas a los inquilinos si así lo reclamaban, permitiendo de este modo que se convirtieran en propietarios. Expresiones como capitalismo popular y un país de propietarios empezaron a ser una realidad.

Todas sus políticas económicas se encaminaron a facilitar la creación de riqueza, a garantizar la propiedad privada y a otorgar un mayor margen de libertad a los individuos. Thatcher reforzó el capitalismo y los principios del libre mercado en Gran Bretaña y obtuvo como resultado los siguientes logros:

  • Crecimiento: el PIB per cápita aumentó un 35% desde 1979.
  • Baja inflación: la tasa de inflación pasó del 20% a menos del 5%.
  • Empleo: en apenas una década, la economía británica creó dos millones de puestos de trabajo, reduciendo la tasa de paro hasta el 6%, gracias al nacimiento de medio millón de nuevas empresas.
  • Propiedad: las privatizaciones permitieron el acceso a la propiedad empresarial a cerca de 11 millones de nuevos accionistas, y la liberalización financiera y de la vivienda permitió que un millón de familias adquirieran una casa.
  • Sindicatos y huelgas: casi el 25% de la población estaba afiliada a algún sindicato a finales de los años 70, pero las reformas de Thatcher redujeron de forma drástica su peso entre los trabajadores, al tiempo que se desplomaban los conflictos laborales y las jornadas de huelga hasta mínimos históricos.

Sin embargo, más allá de las estadísticas concretas y parciales, lo más destacable de su agenda reformista es que sus políticas liberales convirtieron la economía británica en una de las más prósperas y competitivas del mundo. Cuando llegó al poder, en el invierno del descontento de 1979, Reino Unido ocupaba el puesto 19 de un total de 22 países de la OCDE (el grupo que engloba los países más ricos del planeta), y cuando lo dejó ocupaba el segundo puesto, tan sólo por detrás de EEUU. Durante su Gobierno, la clase media creció del 33% al 50% de la población, y el número de autónomos pasó del 2% al 14%.

Pero según John Blundell, director general del Institute for Economic Affairs, el mayor logro de Margaret Thatcher es que "consiguió cambiar la manera de pensar del país", forjando, además, un nuevo consenso internacional de corte liberal contrario al estatismo dominante tras la Segunda Guerra Mundial... Y todo ello, sin contar las cuatro victorias consecutivas que le proporcionó a los conservadores británicos en las urnas.

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